caparrini escribió:Qué tiempos aquellos eh?
Aquellos partidillos que se montaban entre barrios,eran la hostia.
Cuando los gallitos del barrio se "echaban a pies" a los jugadores para formar los dos equipos, y los gorditos con gafas gritaban: "'¡A mí, a mí!, ¡cógeme a mí!", y ofrecían hasta flashes y canicas, pero nada, les dejaban de postre y se los repartían al final con cara de asco: "bueno, anda, me quedo con el lupas y tú te llevas al zampabollos ese".
Y lo que no entiendo es como en España ha habido tan buenos porteros si lo primero que gritábamos era "¡Ulti pa ponerme!" Y luego a montar las porterías con las carteras y los abrigos: "¡Ha sido alta! ¡Que he saltao y no llegaba!" Total que como no había árbitro, cada equipo llevaba una contabilidad distinta: "¡19-23!"... "¡Y una mierda, 20-22, que el último ha sido poste!".
Y el que llegaba y decía "¿Se puede?", y le contestaban: "es que somos impares, espera a ver si llega otro". Pero joder, 14 tíos contra 14 en un descampao lleno de terrones ¿que más daba que fueran impares si corríamos como bandadas de gorriones detrás de la pelota?
Y el que se quedaba "a chupe", de palomero, hablando con el portero rival, pero luego, si le llegaba un balón, no tenía piedad y se lo metía a su contertulio entre las piernas.
Y esas madres llamando a la merienda por la ventana, y cuando bajabas con el bocata entonces si que querías "ponerte", para comértelo tranquilo. ¡Un portero con un bocadillo en la mano! que falta de profesionalidad. Eso si no te volaban el bocadillo de un balonazo por querer pararlo con los muñones.
Partidos de 4 horas que empezaban a las 5 y media de la tarde y acababan pasadas las 9 de la noche, cuando las madres empezaban a llamar con mala leche para la cena. Y los hermanos pequeños: "que dice mamá que te subas que vas a cobrar", y uno trataba de apurar hasta el último segundo, y al final quedaban 2 o 3 jugadores por equipo, que se redistribuían para seguir "siendo pares", hasta que una madre se llevaba al último rival de la oreja, y entonces, lo mismo daba que ellos dijera que íbamos 43-39 y nosotros que empate a 42, porque los dos supervivientes nos echábamos los brazos por el hombro y nos íbamos cantando: "¡Se han rilao, se han rilao!", camino de casa donde cobrábamos de fijo.