Don Santiago Bernabéu

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DelBosque
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#21Mensaje

hector gp escribió:
rodrycius escribió:
Paul Breitner escribió:
rodrycius escribió:Habría hecho lo mismo y hubiera tenido las mismas criticas y los mismos enemigos

Y se la hubiera sudado todo claro
Comparar a Bernabéu con Florentino es como comparar a Bach con Maluma.
Yo es que de música me sacas del himno del Madrid y me pierdo

El bueno quién es Maluma o Bach?
Beethoven, sin duda. :mrgreen: :mrgreen:
El sordo o el ciego?
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hector gp
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#22Mensaje

DelBosque escribió:
hector gp escribió:
rodrycius escribió:
Paul Breitner escribió:
rodrycius escribió:Habría hecho lo mismo y hubiera tenido las mismas criticas y los mismos enemigos

Y se la hubiera sudado todo claro
Comparar a Bernabéu con Florentino es como comparar a Bach con Maluma.
Yo es que de música me sacas del himno del Madrid y me pierdo

El bueno quién es Maluma o Bach?
Beethoven, sin duda. :mrgreen: :mrgreen:
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Ruben24
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#23Mensaje

DelBosque escribió:
hector gp escribió:
rodrycius escribió:
Paul Breitner escribió:
rodrycius escribió:Habría hecho lo mismo y hubiera tenido las mismas criticas y los mismos enemigos

Y se la hubiera sudado todo claro
Comparar a Bernabéu con Florentino es como comparar a Bach con Maluma.
Yo es que de música me sacas del himno del Madrid y me pierdo

El bueno quién es Maluma o Bach?
Beethoven, sin duda. :mrgreen: :mrgreen:
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Brutal. Lo mejor que se ha leído en este foro
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Blanco Polar
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#24Mensaje

Sobre Santiago Bernabéu, el conde Gómez de Tortosa le dijo a su padre, modesto abogado:
"Este niño será un desgraciado, carece por completo de ambición"
El aristócrata tenía espíritu de forero. :D

Bastante interesante el documental 'Bernabéu'. No lo había visto.
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#25Mensaje

"No hay jugadores viejos y jóvenes, hay jugadores buenos y malos" Santiago Bernabéu.
novenopresidente
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#26Mensaje

Reivindicación de Santiago Bernabéu. (1/3)

Escrito por: Manuel Matamoros - 3 febrero, 2016

Primera entrega: Donde se expone que algunos me tienen muy cabreado y aborrecido.

I. ¿Y ahora, por qué?

En mi lejana adolescencia fui por primera vez al teatro. Representaban —en el hace mucho tiempo desaparecido Teatro Beatriz— una obra de Henrik Ibsen: Un enemigo del pueblo. Aquella primera experiencia escénica debió dejar marcada mi conciencia. Hoy me siguen produciendo casi más aversión los comportamientos mezquinos de las masas ignorantes que los propios poderes que las mangonean.

Escribo para aclarar mis ideas y difundir lo que me dicten la razón y el conocimiento. Hace falta un nivel excelso de dominio del arte de escribir, del que estoy muy alejado, para que el rigor tenga predicamento. Pese a la —sin duda merecida— impopularidad de lo que escribo, lo sigo intentando. Si fracaso en lo segundo, al menos consigo lo primero.

Más «popular» es manejar un lenguaje menguado, inútil para precisar un concepto. O quizá sean menguados los conceptos que se expresan con tamaña usura retórica. Y si uno carece del mínimo decoro, ni le impide el pudor exhibir su cráneo vacío, pregonar cuatro tópicos destrozando, al trote, las más elementales normas de sintaxis. Es el examen de aptitud de intermediario popular con los desdeñosos del saber.

Estos facilitadores de la ignorancia son personajes que no existen por casualidad. Sirviéndose de su desmedido afán de notoriedad y de su falta de recato, alguien más inteligente —tampoco es difícil serlo— les ha puesto sobre el tablero. Pero el vacío absoluto que esconden los lugares comunes no se puede rellenar tatuándose el escudo del Madrid —o «amor de madre», qué más da— sobre una piel nunca tan grasienta como el cerebro que es su dueño. Genuino madridismo, vergüenza ajena.

Coincidiendo con el aniversario de la inauguración del nuevo «Estadio de Chamartín», he visto a algunos ejemplares selectos de ese genuino madridismo promover en Twitter un referéndum en pretendida defensa del presunto legado de Santiago Bernabéu, que alguien estaría poniendo supuestamente en peligro.

La torpe apropiación demagógica por una bandería sectaria de uno de los dos mitos universales del Madrid para promover actuaciones contrarias a las que el propio Santiago Bernabéu probablemente habría apoyado —según acreditan los datos históricos, no las jaculatorias—, es la razón de que me ponga al teclado. Quiero demostrar con este artículo que, en defensa de su propio interés y amparados en el oscurantismo, desde la ignorancia o desde la pretensión de llevar a los demás a la ignorancia, están falseando el pensamiento de Santiago Bernabéu quienes se reclaman sus auténticos herederos.

II. Los mitos. Cómo nacen y cómo se hacen

En su acepción de narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico, los mitos son un factor de cohesión social. Contribuyen a la aceptación del statu quo, legitimando las estructuras sociales vigentes. En otra acepción válida de la misma palabra, la de persona o cosa rodeada de extraordinaria admiración o estima, un mito tiene utilidad social como referente de patrones de conducta que una sociedad aspira a emular.

En cierta ocasión me vi en la tesitura de justificar ante un veterano capitán del Real Madrid la causa de que, entre tantos jugadores que han vestido la camiseta blanca, la grada del Bernabéu hubiera elegido uno en concreto como su mito de referencia.

«No lo comprenden» me decía, refiriéndose a los jugadores veteranos, el titular de un palmarés cuajado de Ligas y Copas de Europa. Le relaté entonces la génesis de un rito que, por lealtad y sentido de pertenencia, yo mismo reproducía en la grada cada partido: Érase una rima que el sector infantil de animación —que hace muchos años se situaba en el córner norte de preferencia— adaptó del colegio Santa Illa. Los Ultra Sur de José Luis Ochaíta la transformaron en un rito. Y adquirió así la propiedad de vida eterna que tiene la costumbre por el hecho mismo de ser costumbre. Las nuevas generaciones de hinchas, que hoy lo reproducen, han conocido antes el rito que la biografía de Juanito.

Sonrió. No sé si le convencí, pero al menos lo comprendió. No veo detrás de ese rito, le había asegurado, ningún ánimo de ofender la memoria de tantos jugadores madridistas que parecen olvidados por las generaciones actuales pese a sus indiscutibles merecimientos de ser evocados por su hinchada. En el mito de Juanito los hinchas de hoy representan valores como la entrega y la voluntad de no pactar con la derrota que predican como exigencias esenciales para un jugador del Madrid. Para su utilidad social no es relevante si, desde el punto de vista del rigor histórico, la figura de Juanito constituye o no la mejor concreción de esa abstracción. En el proceso de mitificación de una figura su imagen se idealiza, se desnuda de sus humanas contradicciones, como condición necesaria, muchas veces, de su valor de referente o arquetipo.



Segunda entrega: Donde expongo las causas de mi cabreo y aborrecimiento

III. La torpe instrumentalización del mito de Santiago Bernabéu

En el caso de la utilización partidaria y torticera del mito de Santiago Bernabéu, la manipulación que, más que perplejidad, me causa indignación es precisamente la contraria. Para poder enarbolar su mortaja como banderín de enganche, el madridismo más reaccionario despoja a Santiago Bernabéu de los caracteres esenciales que le convirtieron en un mito universal. Se le niega su virtud.

A despecho del odio que destilaban las críticas de sus detractores contemporáneos, Santiago Bernabéu no es sólo un mito para el Madrid sino que lo fue para el fútbol. Precisamente por eso se indigna uno contra esos amigos interesados que, con el fin de poner su mito al servicio de su labor obstruccionista, degradan su imagen, por su sola asociación con ellos mismos y con sus planteamientos reaccionarios, de forma que no hubieran soñado sus enemigos de entonces.

Aunque vivo en nuestro recuerdo, Santiago Bernabéu lleva muerto casi cuarenta años. No puede defender su imagen, ni su pensamiento, ni su obra, ni la línea de actuación que sólo su decadencia física interrumpió, de la torpe adulteración a que las someten estos impostados albaceas amarillos cuyas peregrinas estupideces habría despachado en dos patadas con su proverbial socarronería.

El Real Madrid —su Real Madrid, y el de todos los pensamientos que Bernabéu heredó, sintetizó y aplicó genialmente— tampoco ha hecho mucho, y en todo caso mucho menos de lo que debía, para esclarecer su figura, construyendo el relato «auténtico» del Madrid. Siguen pendientes un impulso decidido a la investigación, con rigor académico y sin censuras ideológicas sobre épocas clave, de la verdadera historia del Madrid, y un compromiso constante del club con la difusión de los resultados de esa tarea, tanto a nivel académico como divulgativo. Una labor de recuperación de nuestra memoria que suministre las claves de nuestro propio relato sobre nosotros mismos.

Esa misión, postergada en los años de la Transición, nos habría conectado con los fundamentos de una sociedad democrática y limpiado de infamias las causas de la grandeza del Madrid, que no empieza en Bernabéu sino que hunde sus raíces en el pensamiento y la acción de muchos que le antecedieron. Sobre todo, nos habría liberado de absurdos complejos, de hipotecas de comportamiento impuestas desde el exterior del club invocando supuestas herencias históricas para condicionar nuestra independencia y nuestra libertad de acción. Si se hubiera hecho lo que aún se debe —a Santiago Bernabéu y al madridismo—, hoy sonreiríamos con sorna ante el desafuero a que ahora someten su figura estos imaginarios deudos. Serían despreciados como trileros.

IV. Conservadores y avanzados

La historia del Madrid está cuajada de ejemplos de cómo una minoría lúcida y decidida impuso su visión de futuro, heterodoxa e iconoclasta, al conservadurismo probablemente mayoritario en su masa social.

Como no hablo de política, cometerán un error los que pretendan identificar esto que digo con etiquetas políticas. No. Hablo de actitudes vitales. De disposición intelectual. De grados de propensión a la asunción de riesgos. De visión orientada hacia lo que —quizá— vendrá, o hacia lo que —seguro— fue.

Todas las grandes ventajas estratégicas conseguidas por el Real Madrid se deben a una orientación que el profesor Bahamonde —autor del retrato menos canónico y más científico del Real Madrid, porque escribió su historia con rigor académico— caracterizó como «proyectar el fútbol hacia el futuro». Todas, también, responden a planteamientos y decisiones que fueron combatidos por los conservadores en nombre de los principios inmutables, o de lo que fuera que vistiera los ropajes de la tradición, la sensatez o la prudencia, por muy anchos que le quedaran.

Santiago Bernabéu, políticamente conservador —un monárquico, no un fascista, como lo ha querido pintar la propaganda antimadridista— y de sensibilidad populista, fue uno de estos hombres con visión de futuro y una actitud decididamente favorable al progreso y a la asunción de los riesgos que comporta cambiar. A mi modo de ver, el más genial de todos ellos. El que mejor sintetizó en sus ideas y proyectos esa capacidad característica de anticipar el futuro de que ha hecho gala el Real Madrid en los momentos más arduos de su historia.

En cada una de las encrucijadas que jalonan su historia, el Madrid —la minoría lúcida que lo gobernaba— tomó un camino arriesgado y sin retorno. Un camino que condicionaba sus decisiones futuras a la explotación de la ventaja que se trataba de obtener. Fueron a veces tan decisivas esas ventajas que los clubes rivales, en ese momento hegemónicos, tardarían años en neutralizarlas después. Al tomar un camino sin retorno, el Madrid —lo demostraron los hechos posteriores—había abandonado un camino sin salida.

Santiago Bernabéu
Santiago Bernabéu

Tercera entrega: Donde se glosa la cultura del Madrid a través de Bernabéu

V. Bernabéu, presidente de un «equipo de segunda»

Quien confunde la auténtica historia del Madrid con «las vidas de los santos» ni siquiera advertirá esas encrucijadas. Para el observador aplicado, que relaciona los hechos del club con el contexto socio-económico en que se producen, son los grandes hitos de su recorrido histórico. Resaltan patentes. Las direcciones que en ellas se adoptaron explican que el Madrid llegara a ser el club más laureado del mundo.

Dado que esta «afición» de hoy —tan «exigente»— no lo tiene presente, es preciso recordar que, repetidamente a lo largo de su historia, el Madrid vivió largos periodos sin conseguir títulos. Y sobrevivió a todos ellos. La propia presidencia de Santiago Bernabéu es paradigmática en este aspecto.

«¿Para qué, si no hay equipo?», rememoraba Bernabéu en 1974 ante Julián García Candau cómo le habían criticado treinta años antes la decisión de construir el estadio. «El mejor campo de Europa y en Segunda División», contaba al periodista el viejo presidente que la temporada de la inauguración del estadio le echaban en cara «porque el penúltimo partido lo perdimos con el Sporting de Gijón, por habilidad o suerte de su delantero Pío. El último lo ganamos en Sevilla y se dijo que habíamos comprado al árbitro». Derrotado en 12 de los 26 partidos disputados, el Madrid terminó la liga un punto por debajo del Alcoyano. De haber perdido además el último partido frente al Sevilla, habría descendido a segunda división.

Así pues, durante los primeros once años de la presidencia de Bernabéu el Madrid no sólo fue incapaz de ganar la Liga sino que en dos ocasiones estuvo al borde del precipicio de la segunda división. Y sin embargo, su afición no dejó de crecer. Ese solo dato demuestra que un club es mucho más que sus triunfos deportivos. Incluso en el caso extremo que representa nuestro club: Dueño del mejor palmarés y una de las instituciones deportivas más odiadas. Ambos méritos conseguidos porque transitó esos largos periodos sin triunfos preparando la conquista de la hegemonía en lugar de perder la cabeza por lo que había sido. Por esa razón llegó a ser, paradójicamente, el club de fútbol más admirado del mundo.

VI. Bernabéu, presidente del «equipo más antipático»

Me he resistido a poner notas a pie de texto, lo que me obliga ahora a hacer un paréntesis relacionado con mi anterior afirmación. Revela el profesor Bahamonde que en 1951 el Instituto de la Opinión Pública —antecesor del Centro de Investigaciones Sociológicas— realizó su primera encuesta sobre el fútbol. En ella, el Madrid resultó ser el equipo más antipático.

Sirva este inciso para demostrar hasta qué punto la actitud de una parte del madridismo está condicionada por el oportunismo de ciertos periodistas deportivos. Los «todólogos» de las tertulias no dudan en inventar una realidad paralela, sin ningún dato que la valide, para usarla como argumento de sus campañas. Según ellos y los que les siguen —como la Asociación Valores del Madridismo, presidida por el compromisario Carlos Mendoza— el «florentinismo» es la causa de la antipatía que despierta el Madrid. Florentino Pérez tenía cuatro años de edad en la fecha en que se produce la primera constatación científica de que el Madrid era el equipo más antipático de España. Santiago Bernabéu llevaba ocho años en la presidencia del club.

La realidad es, por lo tanto, ajena a la simpleza argumental del maniqueísmo radiofónico. Como observa con acierto el profesor Bahamonde: «Ese equipo de España se convirtió desde entonces en una de las empresas más importantes del país, con una imagen polémica que contrastaba vivamente con la concepción de sí mismo». El Madrid era, desde tiempos de la República, «el equipo de la ciudad de Madrid». El origen de la antipatía es, según el análisis del catedrático de Historia Contemporánea, una cuestión compleja que tiene mucho más que ver con «los procesos de identificación» del equipo con una ciudad, Madrid, percibida desde la periferia como «un ente parasitario». Para ilustrar esa complejidad de la cuestión, dejo constancia de que la misma encuesta del IOP de 1951 situaba al Madrid como el segundo equipo más admirado, a pesar de no haber ganado un campeonato desde hacía dieciocho años.

Todo lo anterior, y con esto pongo fin a la digresión, ratifica la trascendencia, para liberarnos de esos «absurdos complejos» a que me he referido en la entrega anterior, de recuperar con rigor académico la memoria del Madrid. Para limitar nuestra libertad de acción, nuestros enemigos no tienen complejos, sin embargo, a la hora de inventar fantasías. Aunque sean tan extravagantes y ahistóricas como situar el brote de la antipatía en el siglo XXI, o tan ahistóricas y soeces como alegar que era el equipo del franquismo para explicar los triunfos del Madrid.

Bernabeu-1947
Santiago Bernabéu, 1947

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#27Mensaje

Reivindicación de Santiago Bernabéu (2/3)

Escrito por: Manuel Matamoros - 4 febrero, 2016
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Cuarta entrega: Donde se buscan los orígenes de la cultura del Madrid

VII. Bernabéu, máximo exponente de la cultura del Madrid

Las medidas deportivas que concretaron ese envidiado palmarés fueron siempre detrás de las decisiones estratégicas. No son su consecuencia, sin embargo. Más bien, en forma de «visión», con un alto grado de abstracción todavía, son su causa. Explican que en determinado escenario se adoptaran determinadas respuestas estratégicas. Pero solo se pudieron concretar cuando el éxito de la dirección estratégica adoptada había permitido acumular los recursos necesarios para afrontarlas, a veces muchos años después.

Que no siempre el camino elegido por esa minoría lúcida fuera coronado por el éxito a corto plazo, o que se demostrara inviable en determinadas circunstancias, no merma un ápice el valor de mi tesis. Mucho menos le resta valor que, en el ámbito deportivo, o en otros aspectos societarios, se adoptaran a veces decisiones que se demostraron erróneas. Así lo aseveran las enormes ventajas obtenidas en los casos de éxito que acredita la historia del club.

En el fútbol sólo sobrevivieron las entidades que supieron adaptarse a las cambiantes circunstancias socio-económicas; consiguiendo neutralizar las ventajas que, apoyadas en ese cambio, construyeron los rivales. Y solo están en condiciones de triunfar los clubes que consiguen adaptarse más rápidamente o mejor; los que utilizan ese cambio de circunstancias para conseguir ventajas competitivas.

El Madrid creció a escalones. No subió ninguno cuando buscó las soluciones concretas a los problemas del presente en la imitación mimética de las adoptadas en el pasado, que en circunstancias socio-económicas diferentes habían caducado. Escaló cada peldaño cuando miró a su pasado para identificar en la memoria de su propia historia dos de las líneas básicas de su cultura: la independencia del club y la anticipación del futuro. Esos son, en los despachos, los postulados esenciales de la auténtica cultura del Madrid. Eso es, singularmente, lo que no hay que traicionar.

Santiago Bernabéu fue presidente del Madrid durante más de un tercio de los 113 años de existencia del club. Es, por lo tanto, y de forma indiscutible, el máximo exponente de la cultura del Madrid. El ejercicio de su presidencia se caracterizó por llevarla a sus últimas consecuencias desde el mismo discurso de toma de posesión.

Bernabéu había sido jugador del primer equipo desde 1912 a 1927, capitán, entrenador ocasional, delegado, secretario de la junta directiva entre 1929 y 1935 y miembro de varias directivas. Se había nutrido, por lo tanto, de los postulados de la cultura del Madrid directamente de los hombres que la conformaron, y en el preciso momento histórico en que se afirmó la actitud del club frente a los concretos desafíos de los tiempos.

VIII. Una cultura societaria alumbrada en la noche de los tiempos

Se puede decir que hoy jugaríamos con jugadores amateurs y madrileños si las proclamas de los conservadores en favor de la pureza del sport, del honor frente al dinero y de respeto a la tradición se hubieran impuesto en la década de los veinte. Se puede decir, pero no lo diré. Seguramente no sería cierto. Lo más probable es que hoy no jugaríamos con nadie, ni contra nadie.

La notoriedad social de los éxitos deportivos convirtió en un fin en sí mismo el triunfo en los campeonatos. La adaptación a este nuevo paradigma —opuesto al paradigma olímpico— originó el primer cambio de orientación, muy temprano, del Madrid. Un cambio que alterará para siempre la relación de los socios con el club. Pasaron de asociarse con la finalidad de practicar el nuevo deporte a hacerlo con la de ser espectador o incluso gestor del club. La mayoría social, pues, perdió el derecho a la práctica recreativa del deporte en beneficio de los socios mejor dotados técnicamente. En seguida, los jugadores serán «buscados» en la cantera local, que se encuentra en los colegios privados, como el Pilar y los Agustinos, con arreglo a la extracción social de los futbolistas, pertenecientes a la exigua clase media de la época.

Al nuevo modelo pronto le sucedería otro cambio estructural asociado a la incipiente conversión del fútbol en espectáculo deportivo. El Madrid la había anticipado vallando el campo de O’Donnell en 1912. Una inversión con la que dobló en dos años los poco más de cuatrocientos socios que había reunido en los diez anteriores. Con el fin de incrementar sus ingresos por taquilla, hacia 1916 instaló la tribuna preferente. Aun así, sus recursos económicos no eran ni de lejos suficientes para afrontar con éxito el cambio que se gestaba.

A medida que el proceso de socialización del fútbol avanzaba, más elementos procedentes de las clases populares se incorporaban a una práctica deportiva hasta entonces exclusiva de las clases alta y sobre todo media. Entre los nuevos practicantes había jugadores de calidad notoriamente mejor. De la oportunidad de incorporar a estos últimos, para reforzar la competitividad de los equipos frente a los rivales, acabaría surgiendo en España el jugador profesional de fútbol.

El Real Madrid en el campo de O'Donnell
Partido del Real Madrid en el campo de O'Donnell

Quinta entrega: Donde se comenta la primera ocasión de matar al Madrid desde dentro y la pertinaz vocación de seguir intentándolo

IX. La consolidación de la cultura del Madrid. El profesionalismo

La respuesta al nuevo desafío, en tres ejes de actuación sucesivos y relacionados entre sí, consolidaría la cultura del Madrid.

El debate sobre la profesionalización no fue ni breve ni pacífico. El primer reglamento de jugadores profesionales culminó en 1926 un proceso de once años. Al diferimiento de la regulación no fue ajeno el Madrid. La difusa y progresiva profesionalización del fútbol le había sorprendido en inferioridad de condiciones. La directiva del Madrid no enfocó como un fin la resistencia en los órganos federativos a la regulación del profesionalismo. Fue el medio para evitar ser desplazado a la marginalidad, mientras en paralelo creaba las condiciones para explotar con éxito el cambio de modelo que preveía ineludible.

En 1915 se habían producido las primeras denuncias de «amateurismo marrón» contra el FC Barcelona. A despecho del reglamento vigente, el club catalán explotaba la ventaja de sus casi 4.000 socios, que le convertían, con diferencia, en la sociedad económicamente más potente de España. Con mayor o menor intensidad, en la medida de sus posibilidades, los clubes importantes fueron imitando a los catalanes. El Madrid, esencialmente, había utilizado sus influencias para encontrar empleos o mejoras en la proyección social de los jugadores que «pescaba» en la cantera madrileña y en su inmediata periferia. Pero a la altura de 1920 tanto el Barcelona como el Español —que contaba con el mecenazgo de la burguesía industrial— ejercían un profesionalismo encubierto inasumible para los recursos económicos del Madrid.

En el seno del Madrid, mientras tanto, la profundidad ideológica de la controversia sobre el profesionalismo causó estragos. Conservadores y regeneracionistas —ahora sí hablo de posiciones políticas— confluyeron en la oposición al cambio para el que se preparaba la directiva. Los enfrentamientos, que llegaron a calar en la escasamente desarrollada opinión pública deportiva, afectaron a la propia plantilla de jugadores. Entre algunos de ellos se produjeron disputas personales irreconciliables. Hubo, incluso, jugadores emblemáticos que amenazaron con abandonar el club de admitirse el jugador profesional.

El Español, la Gimnástica y el Rácing le ganaron al Madrid ocho campeonatos regionales entre 1903 y 1919. En ese mismo periodo el Athletic de Madrid no fue capaz de ganarle ninguno. Para 1936 los otros tres campeones regionales madrileños, aquellos viejos grandes rivales del Madrid, se habían extinguido o agonizaban tristemente en categorías inferiores. Al contrario que el Madrid, se adaptaron mal y tarde al profesionalismo.

De haber triunfado en el club las posiciones conservadoras —de distintas orientaciones ideológicas, como he dicho—, se puede inferir que durante la década de los treinta el Madrid habría desaparecido y la sucursal del Athletic vasco, con su equipo cuajado de jugadores profesionales, se habría convertido en el emblema de la ciudad. ¡Qué desgracia, vaya por Dios, para aficionados y madrileños!

De tan cruel paradoja no se hará cargo ninguno de los que, por el sesgo de sus posiciones de hoy, habrían defendido ardorosamente entonces que el Madrid no era digno de los profesionales. Pero no cuesta imaginarles protestando en nombre de la pureza del sport a las puertas del viejo Chamartín.

X. La contracultura del Madrid. Los falsos mitos

El tópico del español y canterano, que se abandera hoy frecuentemente como solución a los males del fútbol moderno, podría ser el equivalente contemporáneo al referente madrileño y amateur de hace noventa años. Se diferencia cualitativamente de él en que mientras la reivindicación del siglo XX se refería a una realidad existente aunque agónica, la del siglo XXI reclama una tradición fantasiosa que se atribuye al Real Madrid con absoluto desprecio de los datos de la realidad.

Lo que denomino contracultura del Madrid revela, de todas formas, una cierta continuidad de método. La resistencia al cambio busca legitimarse en la apelación romántica a un pasado mítico, a una Arcadia idílica. Pero si se analizan los datos con cierto rigor histórico, es decir, sin aislarlos del contexto socioeconómico, del marco normativo y del entorno competitivo en que se produjeron, no tarda en revelarse que se nos presenta como virtud lo que solo fue necesidad.

La aplicación de las imaginarias tradiciones no resolvería, por lo tanto, las necesidades actuales. Es más, agravaría los problemas del presente. En definitiva, si atendemos a los hechos realmente sucedidos, el pasado sacralizado por los abanderados de la contracultura carece del prodigioso efecto sanador que sus defensores le atribuyen.

Este recurso al elemento emocional es sin embargo una fortaleza a la hora de popularizar sus posiciones. Por el contrario, excluye el enfoque racional del análisis de las alternativas, de las soluciones a los problemas y de las estrategias de crecimiento del club. No hace diferencia si lo persigue de propósito, o por simple incapacidad para el pensamiento abstracto. Las cualidades del estratega, es cierto, parecen lejos de las competencias intelectuales que evidencia el discurso de sus portavoces mediáticos. Desgraciadamente para ellos, pudiera ser que quienes utilizan este recurso sean sinceros.

Sexta entrega: Donde se explica cómo los sensatos aprenden del pasado

XI. El recurso a la memoria no es disparate

Este de la contracultura es un modo disparatado de recurrir al pasado —incluso inventado o falsificado— por simple vocación de resistencia al cambio. El cambio es, sin embargo, la condición necesaria de la supervivencia. No es más que la respuesta —que puede ser tardía o anticipada, ya he dicho— a otro cambio inexorable, el de las condiciones socio-económicas, que no puede gobernar el club.

He aludido a algunos ejemplos derivados de la propia evolución del fútbol —en un contexto socio-económico de modificación de los patrones de ocio y del mercado asociado al mismo—. Recientemente la crisis económica ha destruido un tercio de la riqueza nacional y su gestión ha condicionado la distribución de la riqueza remanente, empobreciendo aún más a grandes capas de la población consumidoras de ocio-fútbol. Alguna trascendencia habrá tenido esta disminución general de la capacidad de consumo sobre un gasto que no entra en el capítulo de los imprescindibles. Inmersos en una burbuja, quizá la notemos en unos años.

Pero el ejemplo más radical de la influencia de los cambios socio-económicos en el statu quo del fútbol —el que mejor permite comprenderla— es el de la Guerra Civil. Pese a los panegíricos «fabricados» en Cataluña —en los años previos a la Transición y durante la misma—, el Madrid fue el club más castigado por la Guerra Civil y por la política deportiva del franquismo de posguerra. Pasó de dominador del escenario futbolístico español a segundo club de Madrid. Esta seguía siendo la situación que afrontaba la presidencia de Santiago Bernabéu en 1943.

Antes lo habían hecho la de Santos Peralba —depuesto por el general Moscardó, pero al que Bernabéu incorporó a su junta directiva— y la junta gestora, formada en 1939 para salvar el club de la desaparición. Esta última se negó a que el Madrid diera soporte a la operación Aviación Nacional. Los militares quería utilizar la licencia de un club en escombros para llevar a primera división al equipo formado, esencialmente con futbolistas canarios, en 1937 en Salamanca.

La defensa de la independencia del club frente a los planes del poder no era nueva en la cultura del Madrid, como más adelante veremos. Ya en la primera ocasión había estado en juego la pérdida de la hegemonía en Madrid. En esta segunda, en un contexto muy poco propicio, efectivamente la perdió frente al Atlético de Aviación. El Atlético pasó —directamente— del descenso a segunda en 1936 a ganar las dos primeras ligas de la posguerra. Y lo hizo jugando en el viejo Chamartín, mientras sobre el antiguo Metropolitano construía un campo nuevo con el doble de capacidad que el campo del Madrid.

Como apuntaba, hay una forma tergiversadora de apelación al pasado, orientada al más absurdo mantenimiento mimético de las situaciones. Sin embargo esas situaciones que se pretende neciamente congelar se habían originado por las transformaciones anteriores. No se puede aparentar ignorarlas, como si el pasado glorioso al que se apela fuera la consecuencia de un estado natural de las cosas que siempre estuvieron ahí y así. Contrasta radicalmente con ella el recurso a la memoria del club que, bajo la presidencia de Santiago Bernabéu, subyace en el enfoque racional de las soluciones a los desafíos que afronta ese Madrid derrotado, pero no postrado, de los años cuarenta. Su orientación —en favor del cambio— es precisamente la contraria.

Inauguración Chamartín 1947
Inauguración Chamartín 1947

Me entretengo ahora en una fotografía del partido contra Os Belenenses del 14 de diciembre de 1947. El Madrid inaugura el nuevo «Estadio de Chamartín». El proyecto nuclear de Santiago Bernabéu del que sus detractores —externos e internos— dicen, con sorna, «un estadio de primera, para un equipo de segunda». Sobre el círculo central del nuevo campo de juego están, como mandan los usos, los capitanes de ambos equipos. No están los árbitros. En su lugar, una mesita sobre la que descansan los banderines y obsequios intercambiados por los equipos, junto a un libro de firmas de los primeros doscientos socios del Madrid.

La luz brillante entra desde la Castellana. Debe de ser un sol tibio, dada la estación. Ipiña, el capitán del «equipo de segunda», dirige su mirada hacia la mesa, como protegiendo la vista, quizá inconscientemente, de ese último sol del otoño. Un grupo de directivos posa tras la mesa. Al fondo, la torre del marcador señala ya el empate a cero con el que comenzará el partido. Bajo la torre un ejército de voluntarios. No sólo no ha desertado en estos tiempos ingratos, sino que ha respondido, con su dinero escaso, a la llamada de su club. Por primera vez abarrotan las gradas edificadas para ser testigos de hazañas mucho mayores que las más grandes que atesora en su memoria cada uno de esos soldados para calentar el ánimo que ahora muerde el frío de las derrotas. Contra la «ilustrada» opinión de los agoreros, el anfiteatro, volado y sin columnas, no se ha derrumbado.

Santiago Bernabéu, al que la instantánea fija en un gesto reflexivo, tiene a su izquierda a un hombre mayor. Permanece erguido, no envarado. Su mirada, de frente hacia la grada de preferencia, transmite orgullo. Hace veintitrés años presidió la inauguración del nuevo «Campo del Real Madrid F.C.», al que la afición terminaría conociendo como «Chamartín». Se llama Pedro Parages. Es, ahora, el socio nº 1 del Madrid, y lo seguirá siendo hasta su muerte que ocurrirá en Saint-Loubès, donde reside, apenas dos años después.

Santiago Bernabéu ha querido tenerle a su lado en este momento solemne para la historia del Madrid. A la hora en que el club está declarando al mundo su determinación y su capacidad de conquistar el futuro. Escenifica el recurso a la memoria histórica del club. Bernabéu no precisa de él para legitimarse personalmente, porque a estas alturas, transcurridos poco más de cuatro años de su presidencia, ya ha comenzado la mitificación de su figura como la del hombre capaz de hacer renacer al Madrid de las cenizas en que lo dejó la Guerra Civil. Le quiere a su lado para reconocer que el futuro, que hoy comienza, se ha edificado usando los materiales que le ha prestado la memoria de cómo se edificó el futuro en el pasado.

Basta evocar la presidencia de Pedro Parages para comprender en qué consiste esa forma de encontrar en el pasado, en las experiencias que atesora la propia historia del club, los recursos para afrontar las transformaciones que exige la solución de los problemas del presente. La senda que Parages abrió a lo largo de los diez años en que presidió el club, fue continuada y completada bajo las presidencias de Luis Urquijo —respaldo financiero de la expansión patrimonial del Madrid— y Luis Usera, quien —bajo la dirección del secretario técnico Hernández Coronado— apuró el cambio del modelo deportivo concebido e iniciado en tiempos de Parages. Santiago Bernabéu era el secretario de esta última junta directiva.

Pedro Parages
Pedro Parages

XII. La década de Parages

Pedro Parages, jugador del Madrid de 1902 a 1908, ganador de cuatro campeonatos de España consecutivos y otros cuatro campeonatos regionales, y de cuyo bolsillo salieron los dineros necesarios para vallar el Campo de O’Donnell, fue elegido presidente del Madrid en 1916. Ocurrió en medio de un manifiesto ocaso competitivo frente a la pujanza de clubes vascos y catalanes, que parcialmente disimulan el campeonato de 1917 y los subcampeonatos de 1916 y 1918, al inicio de su gestión.

Durante su presidencia (1916-1926), Parages —a quien Santiago Bernabéu caracterizó como «la gran figura fundacional del Madrid»— defendió el cambio a la profesionalización al tiempo que preparó al club para afrontarla con éxito. Sentó las bases del desarrollo económico del club, que no sólo permitirían sostener el coste de una plantilla de profesionales, sino utilizar las ventajas que la ciudad de Madrid podría crear en la situación que se avecinaba. Los frutos deportivos de esa respuesta no se recogerían, sin embargo, hasta dos presidencias después, con la conformación del gran equipo del quinquenio republicano.

Para aumentar radicalmente los ingresos, afrontó la construcción de un campo en propiedad con capacidad para 20.000 localidades y promovió la creación del campeonato de liga regular. El Madrid asumió el desafío de trasladar los partidos de fútbol más allá del término municipal de Madrid. Si perseguía aumentar el aforo para aprovechar el crecimiento de la demanda de fútbol; el coste de los terrenos no permitía otra opción. La actuación era arriesgada, pues la lejanía del centro podría retraer la demanda. Tuvo la previsión de elegir los terrenos dentro del ámbito de expansión futura de la ciudad, en la zona de ulterior ampliación de la Castellana, lo que se traduciría con los años en un incremento considerable del valor patrimonial del club. Diseñó, además, una acertada política de precios populares, duplicando el precio medio de las entradas de preferente y reduciendo un 15% las de general. Su resultado fue que el Madrid había multiplicado por cuatro su taquilla en el momento de afrontar la formación de su primera plantilla profesional. Mientras tanto, el Madrid seguía perdiendo. El año de la inauguración de Chamartín, hasta en el campeonato regional.

En defensa de la independencia del Madrid, la construcción de Chamartín implicó, además de contraer riesgos financieros límite para sus recursos, enfrentar notables presiones del poder. El Rey Alfonso XIII era uno de los inversores en el Stadium Metropolitano, en el que sus promotores pretendían que jugaran alquilados los cinco equipos principales de Madrid. La directiva de Parages dedujo que los dueños del Stadium —la Compañía Metropolitano Alfonso XIII y su filial, pero beneficiaria especulativa de la actividad de la matriz, la Compañía Urbanizadora Metropolitana— en poco tiempo controlarían el fútbol de la capital, y sospechaba que tenían el propósito de fusionar a medio plazo los cinco clubes. Se negó a participar en la operación y eligió su propio y espinoso camino. El Metropolitano se inauguró en 1923. En él jugaban los cuatro equipos restantes.

En la creación de un campeonato cerrado de liga regular, enfrentó las renuencias del F.C. Barcelona, al que perjudicaba la disposición radial de los ferrocarriles, pues la mayoría de los participantes serían vascos, y que consideraba la consolidación del nuevo campeonato una amenaza a medio plazo para la supervivencia de su propio campeonato regional. Posteriormente hubo de vencer la oposición de los clubes inicialmente excluidos del proyecto, liderados por el Atlético de Madrid y apoyados por la Federación.

Aunque el intento dio lugar al primer antecedente histórico de Liga profesional de fútbol, el Madrid fracasó en el empeño de sustraer la nueva competición al control federativo. Una manifestación, recurrente a lo largo de su historia, de su cultura de independencia. Se repetirá, a escala europea, treinta años después con motivo de la creación de la Copa de Europa, o en la fundación y liderazgo del G-14 a principios del siglo actual.

Entre la inauguración de Chamartín (1924) y el inicio del primer campeonato de Liga (1928), el Madrid formó su primera plantilla profesional. La cantera madrileña, dominante en 1926 —diez de los once jugadores se habían formado en ella—, fue enseguida sustituida por la vasca, las más importante y fecunda de España, que constituirá la base del equipo que conquistará la hegemonía del fútbol español durante los años treinta.

Desde 1917, los equipos vascos y catalanes detentaban en exclusiva el campeonato de España. El Madrid ganará el campeonato de Liga de 1932. Le siguen la Liga de 1933, la Copa de 1934 –primer campeonato de España en 17 años— y la Copa de 1936. Descendido y en quiebra, el Athletic de Madrid se enfrenta entonces a la desaparición, a la que ya se habían visto abocados los otros tres equipos que se sometieron a las presiones de la Casa Real y el Duque de Alba en la operación Metropolitano. Como ya hemos visto, la Guerra Civil trastocaría todo.
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Reivindicación de Santiago Bernabéu (3/3)

Escrito por: Manuel Matamoros - 5 febrero, 2016
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Séptima entrega: Donde se contrastan dos formas de hacer las cosas: en serio y en broma

XIII. Un estudio de opinión sobre la remodelación del estadio

Como uno de los elementos del proceso de formación de la posición de la asociación, en febrero de 2014, Primavera Blanca encuestó a sus socios sobre el proyecto de remodelación del estadio Santiago Bernabéu, impulsado por la junta directiva del Madrid.

Las respuestas, es obvio, sólo representan a ese colectivo de madridistas. Tienen el sesgo de la población encuestada. Formada por los miembros —entonces poco más de 1.800, hoy más de 3.000— de este colectivo de madridistas de todos los países enfocado a defender la independencia del Madrid. Su leitmotiv es impedir la intromisión de los medios de comunicación en el proceso de formación de las decisiones del club. Combaten la creación de estados de opinión pública al servicio de intereses ajenos, y muchas veces antagónicos, a los propios del club. Constituyen, así, un segmento cohesionado por su posición crítica —incluso hostil— a determinados mensajes de los medios deportivos de masas. Por eso mismo no es homologable al conjunto del madridismo, pues, probablemente, esos mensajes suponen una referencia importante para la mayoría tanto de la masa social como de la afición madridista.

No pretendo deducir, en consecuencia, de los resultados de ese estudio ninguna conclusión de carácter general. Pero no conozco otro estudio de opinión, ni más amplio ni menos, en relación con un proyecto que por su inversión económica, su trascendencia simbólica y la importancia de los recursos que se espera obtener de su explotación tiene carácter estratégico. Si no se ignoran las advertencias que preceden, las respuestas que siguen tienen un doble valor de referencia: En primer término, la de un método sensato de formación del criterio de los colectivos de madridistas en temas complejos, por oposición a las formas simplistas, tributarias de los comportamientos mesiánicos; en segundo término, atendiendo ya a los propios resultados, la de la relativización de los elementos puramente alegóricos como consecuencia misma del método de planteamiento de las cuestiones en debate.

A efectos de valoración de las respuestas, conviene advertir que el 26% de ellas proviene de socios del Real Madrid, el 89% de ellos residentes en la Comunidad de Madrid. Ese porcentaje de residentes se reduce al 46% en el caso de los no socios. El 46% del total de las respuestas son de menores de 30 años; 41% tiene entre 31 y 45; 13% son mayores de 45 años. 23% tiene euroabono; 3% abono de Liga; 13% abono de grada de animación; 10% compra entradas para más de 5 partidos por temporada; 39% para cinco o menos; 12% no va al estadio. El estudio aborda más de cincuenta cuestiones. Solo me referiré a las que guardan mayor relación con este reportaje.

Respecto de las alternativas estratégicas, el 62% se manifiesta de acuerdo con el proyecto de la junta directiva. El 19% está a favor de la construcción de un estadio nuevo en Valdebebas. Este porcentaje se reduce al 14% en el subconjunto de los que, además, somos socios del Madrid, y asciende al 21% entre los no socios. Entre los socios del Madrid el 11% opina que la mejor estrategia es mantener el estadio como está, opinión que cae al 3% entre los no socios. El mismo porcentaje de socios y no socios (13%) declaran que les falta información para valorar las tres alternativas estratégicas planteadas.

Fueron preguntados por 14 aspectos relativos al proyecto de remodelación. Los mejor valorados fueron el nuevo diseño (90% bueno/muy bueno) y el aumento del nivel sonoro (83% bueno/muy bueno). El peor valorado, el eventual cambio de nombre del estadio (40% malo, 38% indiferente). La valoración general del proyecto de la junta directiva mereció la aprobación (bueno/muy bueno) del 78% de los socios y del 87% de los no socios. El 43% de los encuestados consideraba adecuada la relación coste/beneficio, aunque el 36% no tenía opinión al respecto.

Se propusieron diez aspectos, más uno libre, para que indicaran las facetas del proyecto que más les preocupaban. El cambio de nombre del estadio ocupa el quinto lugar en orden decreciente en el nivel de preocupación. Sólo el 11% se manifiesta preocupado por este aspecto (el 7% en el subconjunto de socios, en el que desciende hasta el séptimo lugar en el orden de las preocupaciones). Por debajo de la financiación (17%); los precios de las entradas (16%); los costes (16%); el aforo (13%), cuya ampliación en 7.500 localidades le parece insuficiente al 57%; y además, en el subconjunto de los socios, de los cambios de localidades (11%) y de las incomodidades por las obras (10%).

Lo sucinto de esta exposición parcial de los resultados, no impide distinguir a la legua entre la voluntad de aproximación racional a los problemas del Madrid y a sus estrategias de crecimiento, y la voluntad demagógica de los promotores del referéndum, dirigida a torpedear el cambio mediante el recurso a elementos exclusivamente emocionales. No por casualidad, se trata de los mismos que disfrazados de amarillo explotan el mal desempeño deportivo del equipo para intentar generar —de momento con menos éxito que ganas— la mayor inestabilidad societaria posible. Una conducta que descubre su estrategia populista de combate: Excitar la irracionalidad de las masas para torpedear —sin visos de plantear una alternativa verosímil— cualquier proyecto de la junta directiva. De esa misma estrategia participa el promover un referéndum sobre el nombre del estadio.

XIV. Desmontando el referéndum

Por otra parte, la peregrina iniciativa de exigir un referéndum sobre el cambio de denominación del estadio, que —que se sepa— no ha planteado formalmente la junta directiva, no resiste el mínimo análisis, lo que da buena cuenta de la falta de rigor de quienes la promueven.

El primer derecho de los socios es que se respeten los estatutos sociales. Aunque para la demagogia y el populismo no valgan los argumentos formales, nadie puede pretender incinerar los derechos de los socios en su pira ultramontana. Ya se lean del derecho o del revés, en parte alguna los estatutos reservan al referéndum la adopción de acuerdos sociales, salvo el de fusión, transformación o disolución del club. Cualquiera al que el asunto le interesara de verdad, y no como un mero instrumento de agitación y propaganda dirigido a torpedear proyectos estratégicos de la directiva, habría comenzado por hacer las cosas bien.

Con respeto al ordenamiento jurídico, que es garantía de los derechos de todos, habría promovido —y conseguiría que aprobara la Asamblea— la modificación estatutaria imprescindible para que las decisiones de los órganos de representación y gobierno del club pudieran ser condicionadas mediante referéndum, en las circunstancias, con los requisitos y las garantías que los estatutos establecieran, a partir de ese acuerdo. Mientras sus promotores no empiecen la casa por los cimientos, con la reivindicación del referéndum imposible no sólo estarán revelando la demagogia de fondo de sus planteamientos, sino, sobre todo, dando pistas de la enorme frivolidad y temeridad, del infantilismo en suma, con que abordan las cuestiones que plantean.

La denominación del estadio se estableció por acuerdo de la Asamblea de socios compromisarios de 1955. Jurídicamente corresponde a ese mismo órgano de representación social la eventual modificación de su propio acuerdo. Políticamente hablando, también: La Asamblea de socios compromisarios es el foro adecuado para un debate riguroso —es decir, antagónico por naturaleza al que condiciona el marco que determinan los 140 caracteres de un tuit— sobre las ventajas e inconvenientes de cualquier eventual cambio.

Hay aspectos sustanciales de la cuestión que sólo pueden ser debatidos en profundidad y en su consecuencia decididos en esa clase de foros. Así, el que los promotores del referéndum eluden a propósito —porque su pretensión en realidad no es otra que dejar sin resolver la cuestión del estadio—en su campaña demagógica: Los costes que los socios están dispuestos a soportar sobre su cuota o el precio de su abono para resolver las necesidades objetivas de crecimiento del club renunciando a una determinada fuente de ingresos. También el de las posibles medidas de restauración en el ámbito de lo simbólico de la utilización de esa fuente de ingresos. Así pues, revelada la inviabilidad de su pretensión, no caeré en la trampa de los ultramontanos dedicando a su insólita reivindicación el espacio y la atención que merecen las cuestiones de fondo que ellos cuidadosamente eluden.

remodelación bernabéu

Octava entrega: Donde se discute qué hacer con la cuestión del estadio

XV. Los derechos de denominación

Aparco la reflexión sobre las alternativas estratégicas en la cuestión del estadio, porque para cualquiera de ellas tiene utilidad la posibilidad de incorporar una denominación comercial. Comenzaré, por lo tanto, por el planteamiento de esta cuestión, anticipando mi aproximación emocional, para que no quede oculta bajo la presentación de sus elementos objetivos.

Si inadvertidamente solicito a un taxista que me lleve «a Chamartín», ya puedo estar atento para que no me deje en la estación. Alguna vez —enfrascado en mis asuntos— me ha ocurrido tener que corregir al taxista a mitad del itinerario. El caso es que rebautizamos el estadio el mismo año de mi nacimiento, pero todavía en la época en que comencé a ir regularmente al fútbol, once o doce años después, usábamos el nombre que habíamos escuchado durante toda la infancia. El nombre que seguían usando la mayoría de los madridistas con los que coincidíamos en el gallinero. Y aún después de haber dicho y oído durante tantos años «el Bernabéu», a veces me viene a las mientes ese «Chamartín» de mi patria, que es la infancia, como dijo Rilke. Un hipotético «Zanussi Arena» se seguirá llamando «Bernabéu» por todos los madridistas tantas décadas así como esté situado entre Padre Damián y la Castellana.

Si la junta directiva propusiera un día denominar a nuestro estadio «Zanussi Arena» para atender la cuenta de resultados ordinaria del club, sin obtener una verdadera ventaja cualitativa de ese cambio, más allá de un mejor equilibrio de explotación, que, incluso, se tradujera directamente en la rebaja de las cuotas sociales o el precio de los abonos, no encontraría ningún incentivo personal para apoyar una propuesta que, sin embargo, habría apoyado si el estadio se siguiera llamando Chamartín. Reconozco su valor a ciertos elementos simbólicos. Aunque dudo mucho que nadie pida a un taxista ir al Aeropuerto Adolfo Suárez —ya no digo al estadio Power 8— me parece acertado que en beneficio de su resultado de explotación clubes cuyos estadios se llamaban antes El Sadar, o Son Moix, o Cornellá-El Prat usen los derechos de denominación. Pero nunca sabremos, porque no es la hipótesis de actuación de esta junta directiva, si la masa social habría participado de mi misma oposición al cambio de denominación frente a un veinte por ciento de descuento en el precio del abono.

Un buen día apareció sobre la camiseta blanca del Madrid la marca de unos electrodomésticos italianos. «Un gran club puede aceptar unir su imagen sólo a la imagen de una gran empresa», nos decía el boletín de socios de septiembre de 1982, para convencernos de la bondad de algo que «puede causar extrañeza, hasta perplejidad en el aficionado, pues es algo desconocido para él». Lo de extrañeza me pareció un eufemismo. Muchos «zorrocotrocos» de entonces teníamos un considerable cabreo. Treinta años después, madridistas de mi veteranía me mencionan «la mítica camiseta de ZANUSSI». Han leído bien: «de Zanussi», no «del Madrid de Camacho, Juanito y Santillana», por ejemplo. Acertó, pues, el pronóstico del citado boletín de socios que aventuró que, eso que yo llamaba «manchar la camiseta» —¿puede haber algo más ofensivo para un hincha?—, «al final será acogido en la mayoría de los casos con simpatía». No tiene más remedio que reconocerlo hasta un tipo como yo, que por voluntad de representación de la primacía esencial del equipo, no «mancha» con el nombre de un jugador sus camisetas blancas ya «manchadas» de serie con el «Fly Emirates», «Bwin», «Teka» o «Parmalat» de turno, y reserva un universo distinto de su consideración para la blanca con cierre de cordones de la temporada del centenario.

Antes que los clubes españoles, habían abierto esa línea de negocio los alemanes, ingleses o italianos con los que, con enormes dificultades, pretendíamos seguir compitiendo en Europa en condiciones de neta inferioridad. Seguramente las cantidades que se ingresaban entonces por el concepto de sponsorización de las camisetas serían nimias, no me voy a entretener en buscarlo. La sponsorización y el merchandising —ya me había disgustado la aparición de las tres bandas y el logo de Adidas unos años antes— explican hoy un tercio del presupuesto de ingresos del club. Alrededor del triple que los ingresos por abonos y cuotas sociales.

La explotación comercial de los derechos de denominación de un recinto tiene su origen en los albores del siglo pasado. Pero mientras en los Estados Unidos de América dio lugar a una auténtica industria, su aprovechamiento no llegó a Europa hasta casi cien años después. El asunto es que ya está aquí tan instalada como a finales de los setenta se instaló la sponsorización de la camiseta. Y en la lucha por la hegemonía el Madrid está en competencia directa con alguno de los clubes que mejor la ha utilizado para financiar su crecimiento.

Prácticamente todos los clubes de la Bundesliga tienen arrendada a largo plazo la denominación de su estadio por cantidades medias anuales que van del medio al dos por ciento del presupuesto anual del Madrid. El Bayern de Munich, sin embargo, ha cubierto la mayor parte de los costes de construcción del estadio más moderno y funcional de Europa —compartido con el municipio— mediante un arrendamiento a la aseguradora Allianz de los derechos de denominación durante treinta años. Más rendimientos anuales, y con un contrato a mucho más corto plazo, obtiene el Manchester City de Etihad, pero en este caso la transparencia mercantil es menor, por la vinculación del patrocinador a los propietarios del club, y porque también sponsoriza la camiseta.

Como he dicho en otra entrega, no tiene el club la posibilidad de detener el cambio de las condiciones objetivas en que se desenvuelve la competencia. Ese cambio es la transformación del mercado, por modificación de las circunstancias socioeconómicas, o por la propia acción de los competidores. Lo que hay que exigirle al club no es que las detenga, por lo tanto. Es la capacidad de adaptarse a ellas, o mejor aún, de aprovecharlas para crear sus propias ventajas. De la buena utilización de esa capacidad depende el soporte de su capacidad competitiva en el futuro.

La generación de las nuevas fuentes de ingresos comenzó modestamente con los contradictorios orígenes del fútbol televisado, que describimos más adelante, y por la publicidad sobre las camisetas —nunca se valorará bastante, por cierto, el rescate del contrato con Dorna que llevó a cabo la directiva de Lorenzo Sanz y Juan Onieva, incluso si pudiera haber sido más barato, lo que no me consta—. La evolución de esos ingresos ha dejado meridianamente claro que «la virginidad», entendida como oposición a admitir las formas impuestas por la acelerada mercantilización del fútbol iniciada hace cien años, habría significado de nuevo la desaparición del club.

El reto de un presente de disputa de la hegemonía mundial en un mundo globalizado es la proyección mundial del Madrid. Un territorio explorado pero aún por colonizar, para lo que la Liga española constituye un problema en sí mismo. Aunque parezca un asunto colateral, hay que señalar que la deficiente explotación de los derechos de televisión, cuya ineficiencia se verá agravada por las nuevas normas de reparto de derechos, nos sitúa en peor posición de ingresos que el último clasificado de la Premier. Nuestra competencia, mientras tanto, es con «el dueño» de la Bundesliga. Otra rémora son las plantillas —no sólo la actual— demostradamente incapaces de sostener ciclos prolongados de éxitos deportivos. Todo lo que no es óptimo resta capacidad de proyección a corto, y más aún, a medio plazo. Pero esa es otra historia de la que hablaremos otro día. Frente a semejante desafío, lo que sí resulta patente es la incapacidad profunda —constitucional, yo diría— de esos personajes de sainete orientados al casticismo, el localismo y el nacionalismo no ya para enfrentar, sino para entender siquiera, la dialéctica actual y las dinámicas a que necesariamente conduce.

Madrid Zanussi

XVI. Las alternativas estratégicas en la cuestión del estadio

El estadio, en todo caso, continúa siendo la espina dorsal que vertebra el desarrollo del club. No es cuestión de que lo enseñe nuestra historia. Es teorema que demuestra el desarrollo actual de las mejores ligas del fútbol europeo. En su función de albergue de la afición y de campo de batalla del equipo, el nuestro ya ha dado de sí prácticamente todo lo que podía dar. No así en la faceta de su explotación comercial, desde luego. Por lo tanto, debo anticipar que si —como ha hecho el Bayern de Munich— para subvenir al máximo los costes de arrancar al Madrid un corsé que dificulta su crecimiento se utilizara la denominación comercial del estadio, nunca me opondría a esa aplicación de la mejor explotación comercial posible de nuestro patrimonio.

En relación con la cuestión del estadio, la única estrategia que me parece radicalmente errónea es la de no afrontarla. La estrategia de dejar las cosas como están, que se opone al imprescindible crecimiento del club. Cualquiera de las otras, con sus puntos fuertes y sus puntos débiles, abre un escenario de crecimiento del club imprescindible para afrontar un futuro que, a tenor de las pautas de crecimiento de la industria del fútbol espectáculo, en el ámbito competitivo vendrá marcado, antes o después, por la disputa de una Liga Europea.

No comparto la posición del presidente Florentino Pérez y su junta directiva —y sospecho que de la mayoría de los socios del Madrid, y me consta, como hemos visto, que de una amplísima mayoría absoluta de los socios de Primavera Blanca— sobre el frustrado proyecto de remodelación del estadio Santiago Bernabéu. Mi visión se encuadra con la de esa minoría partidaria de la construcción de un nuevo Estadio. Las dos posiciones tienen sus fundamentos estratégicos, que me limitaré a exponer brevemente. En favor de la que promueve la junta directiva, reconozco además que tiene sus números echados. Desconozco si existe una proyección económica de su alternativa.

Remodelar el Bernabéu se basa en la explotación de una ventaja diferencial del Madrid frente a la mayoría de los grandes clubes europeos —hoy la competencia es por la hegemonía mundial, no como en tiempos de la profesionalización— al tener su estadio situado en el centro neurálgico de una de las grandes metrópolis europeas. Esta circunstancia permite llevar al óptimo la explotación comercial diaria de la superficie —de hecho se hace hoy, lejos del óptimo, con los restaurantes y el Tour del Bernabéu—, y por lo tanto obtener una partida de ingresos inasequible para los clubes en competencia. Al mismo tiempo asegura una regularidad de los ingresos por taquilla probablemente muy superior a la de un estadio periférico.

Construir un nuevo estadio en Valdebebas posibilita crear sinergias con un «circuito temático Real Madrid» del que ha apuntado intenciones de desarrollo la junta directiva. En ese escenario, su cercanía a un aeropuerto intercontinental permite convertir los partidos del primer equipo en un polo de atracción para estancias de día completo dentro del ámbito temático de los públicos foráneos —incluso de países alejados— cuyo gasto medio multiplicaría varias veces el precio de la entrada.

Un estadio de nueva factura facilita la satisfacción de las diferentes expectativas de los diversos segmentos de público potencial, con estándares actuales de comodidad y servicios diferenciados, lo que no es posible resolver de forma óptima con la remodelación del Bernabéu. También permite aumentar el aforo hasta el óptimo para aprovechar íntegramente la demanda en los grandes partidos —algo imposible en el actual— y atender la amplia demanda existente de ampliación del abono, aumentando en este último caso los ingresos fijos y regulares, y el volumen del anticipo de tesorería vinculado a esta modalidad de entradas. Como consecuencia de ambas medidas, ofrece la posibilidad de establecer sin tensiones sociales añadidas un nuevo estatuto del abono que termine con la detracción de ingresos potenciales que significa la reventa organizada, cada vez más amplia y agresiva en tiempos de Internet. El incremento del abono en localidades populares, con el diseño de amplias gradas orientado a la animación, permitirá, en fin, superar la más grave deficiencia de nuestro viejo estadio, además de incrementar notablemente la calidad del espectáculo, del que forman parte sustancial las masas de hinchas activos —aunque la pésima realización televisiva de la liga española parezca no entenderlo—, mediante imágenes de alta definición.

La integral de todos esos aspectos debe traducirse en un incremento considerable de los ingresos de explotación del estadio, aunque, ciertamente, no diferencial sobre el que podrían aspirar a alcanzar otros grandes rivales europeos.

Ni una ni otra alternativa son producto del respeto a una falseada tradición, ni apelan a supuestos principios inmutables, ni se apoyan en «valores» fantásticos. Ambas persiguen la maximización de ingresos del Madrid, pero se subordinan a prioridades distintas. La primera, más racionalista, a explotar una ventaja diferencial con los clubes en competencia, ya expuesta. La segunda, más visionaria, a neutralizar una desventaja diferencial: La falta de temperatura emocional del Estadio Bernabéu. Un problema real para el rendimiento deportivo del Madrid, aunque la prensa por conveniencia, los rivales por oportunismo, y los directivos y jugadores por corrección política, prefieran no identificarlo como tal.

El hecho de que —con muy superior responsabilidad del Ayuntamiento de Madrid que del club— la jurisdicción haya anulado las actuaciones urbanísticas que soportaban la operación de remodelación planteada, dando al traste con el proyecto de remodelación proyectado; el cambio de la composición política del Ayuntamiento; y el procedimiento de investigación formal de ayudas de Estado abierto por la Comisión Europea en relación con los convenios de permuta otorgados en 1998 y 2011 con el Ayuntamiento de Madrid —que condiciona las posibilidades de un eventual saneamiento futuro de las actuaciones urbanísticas—, han abierto un nuevo escenario en el que merecería la pena debatir las distintas alternativas estratégicas de solución de la cuestión del estadio. No parece, sin embargo, que esa vaya a ser la dirección que adopte la junta directiva. Su alternativa al colapso jurídico del proyecto se orienta a replantear la operación de remodelación, pero exclusivamente sobre los terrenos hoy disponibles.

Al hilo de estos avatares jurídicos, no se puede obviar que causa sonrojo el hecho de que sujetos que se tildan de madridistas coincidan con los intereses de los «sospechosos» de animar la denuncia secreta ante la Comisión Europea de la que trae causa el procedimiento de investigación formal. Más vergüenza aún produce el contenido de sus mensajes en las redes sociales, alegrándose de que se frustren expectativas de crecimiento patrimonial del club, mediante la legítima utilización de un patrimonio acumulado —con esa legítima expectativa, como vimos al evocar la presidencia de Parages— por las generaciones de socios que nos antecedieron. La generación actual, del mismo modo, está acumulando un patrimonio —la Ciudad Real Madrid de Valdebebas— que harán bien en utilizar en el futuro las generaciones que nos sucedan, para conseguir mantener al Real Madrid, cuyas banderas ya no veremos, en la hegemonía del fútbol mundial. Ese era, precisamente, el pensamiento de Santiago Bernabéu, que de esta forma traicionan groseramente sus supuestos albaceas.

Saludos blancos
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Novena y última entrega: Donde sabemos que no sabemos qué habría hecho hoy Santiago Bernabéu, aunque sepamos qué quiso hacer

XVII. ¿Qué habría hecho Santiago Bernabéu?



No podemos responder con un mínimo rigor a la pregunta de qué habría decidido hacer Santiago
Bernabéu en 2015 al respecto del estadio que siempre denominó Chamartín. Sabemos, eso sí, con absoluta certeza, cómo trató la cuestión del estadio hace setenta años y también treinta años después. Sabemos con qué planteamientos afrontó los problemas del club de hace cuarenta años. Pero ni la sociedad, ni el fútbol profesional, ni los problemas del Real Madrid —afortunadamente— son hoy los de entonces. Precisamente por respeto a la figura de Santiago Bernabéu, las soluciones que en su momento planteó no se pueden trasladar de forma mimética al presente.

Cuando yo era un chaval —aparte del marcador simultáneo dardo, el significado de cuyas claves de tres letras publicaba el Marca— los únicos letreros publicitarios que había en un estadio impoluto eran los de la Philips. Con los años, supe que esa publicidad exclusiva era el precio que había pagado el Madrid por aquella iluminación artificial que en unos tiempos verdaderamente oscuros transformaba nuestro estadio en un escenario sobrenatural. Pero era, sobre todo, un instrumento decisivo para facilitar la retransmisión televisiva de los partidos, que la tesorería y los recursos de apalancamiento al alcance del Madrid no alcanzaban para adquirir.

Las retransmisiones televisivas en los primeros años sesenta fueron el origen —bien modesto— de una partida de ingresos, a la que más arriba me he referido ya, que en la actualidad financia casi otro tercio del presupuesto de gastos del Madrid. La experiencia se inició con muchas contradicciones y enormes problemas. En su núcleo, la disputa por otro bocado —además de las quinielas— que el Estado pretendía dar a los recursos económicos que era capaz de generar el fútbol, de cuya futura potencia estaba seguro el Madrid, aunque no se pudiera ni sospechar su importancia actual.

La existencia de un solo canal oficial, que era además el principal instrumento de propaganda de una dictadura, otorgaba a TVE una enorme capacidad de presión política sobre el Madrid. Tanta, que en una ocasión en que el Madrid se opuso a la entrada de los equipos, el director general de seguridad —Arias Navarro, al que volveremos a citar— ordenó la detención del gerente Antonio Calderón. La consecuencia de semejante desequilibrio era que los precios que pagaba TVE ni siquiera alcanzaban a indemnizar justamente al Madrid por el aforo no vendido en los partidos televisados, dañándole particularmente la taquilla de los de la Copa de Europa —a esa altura de la década de los sesenta, a excepción del Atlético que disputó junto al Madrid la edición de 1967, el Madrid era el único equipo español que disputaba partidos de la máxima competición—.

En aquellas fechas, y lo sería cada vez más grave hasta la época de la muerte de Bernabéu, el problema estratégico determinante para el crecimiento del Madrid era el deterioro de los ingresos por taquilla. La televisión no sólo no ayudaba, sino que hacía publicidad negativa. Perjudicaba la imagen del estadio, que cada día enseñaba más cemento, introduciendo la evolución del negocio en una espiral de deterioro, al desanimar a más y más gente para acudir a pasar frío a un escenario que se percibía cada vez más gélido, incómodo y envejecido.

El aumento de la renta disponible a consecuencia del desarrollo abrió a los españoles alternativas de ocio. El seiscientos, las vacaciones, la segunda residencia, eran usos alternativos del dinero antes dedicado al fútbol. Por aquella época mi padre dejó de ir los domingos al estadio. Conservó el carnet de socio, que era al mismo tiempo la entrada de general que no usaba, pero dejó su abono de primer anfiteatro. Por aquella época también, el Madrid tuvo que abrir de nuevo la inscripción de socios que, ante la pujanza de una demanda que a mediados de la década siguiente se había extinguido, había cerrado a finales de los cincuenta. E inmediatamente se puso a proyectar medidas que permitieran resolver, con el ofrecimiento de nuevos estándares de calidad, el problema de atraer la demanda. Por aquella época, el Atlético inauguró el Manzanares, con sesenta mil plazas de asiento.

El hecho de que el saneamiento económico del club haya neutralizado los problemas que amenazaban seriamente su viabilidad al fallecimiento de nuestro mítico presidente —y no hicieron más que agravarse de forma continua durante las dos décadas posteriores— no asegura que los problemas no se vuelvan a reproducir. La burbuja del fútbol actual constituye una amenaza de caer de nuevo en una espiral de endeudamiento, cuando, de una u otra forma, los ingresos están sujetos a la elasticidad de los resultados deportivos y a la viabilidad de los negocios televisivos orientados al fútbol.

Dije más arriba que no podemos responder con un mínimo rigor a la pregunta de qué habría decidido hacer Santiago Bernabéu en 2015. Sin embargo, su singular biografía, a la que hemos hecho amplias y suficientes referencias en las entregas anteriores; la forma de afrontar los problemas de contracción de la demanda y de creación de nuevas fuentes de ingreso, más arriba apuntada; y el modo de abordar la cuestión del estadio, nos dan indicios precisos para afirmar con total seguridad qué no habría hecho:

No habría hecho dejar de mirar al frente. No habría hecho enmascarar en la sacralización del mítico pasado el no abordar los cambios necesarios para resolver los problemas del presente, negando al Madrid el futuro. No habría hecho dejar las cosas como estaban. No habría hecho, desde luego, no hacer nada. Hasta el final de su vida intentó resolver los problemas, devolviendo al Madrid la posibilidad de recuperar su hegemonía europea. Enfrentándose al poder para resolver el secuestro de los recursos que generaba el fútbol. Utilizando el patrimonio activo del club —que su dirección destacadamente había contribuido a crear— para resolver sus desequilibrios estructurales, con proyectos de crecimiento y futuro, no poniendo parches. Proyectando, incluso, dinamitar el estadio que llevaba su nombre.

XVIII. Jugamos en el Bernabéu, a pesar de Bernabéu

Cierro el juego de paradojas iniciado con la previsible consecuencia de haber triunfado la oposición a la profesionalización del Madrid, rememorando una esclarecedora historia.

El 8 de septiembre 1973, la Asamblea de socios compromisarios aclamó la propuesta de Santiago Bernabéu de construir un nuevo estadio en Fuencarral. Cubierto, con capacidad de albergar 120.000 espectadores, de ellos 60.000 sentados. Un proyecto a la vanguardia de la arquitectura deportiva mundial, obra del arquitecto español Félix Candela —exiliado en Méjico, lo que quizá influyó en la hostilidad contra el proyecto de los sectores más ultramontanos del Régimen—. Pensado para convertir al Madrid en el club más moderno del mundo, todavía cuarenta años después conmueve su elegante racionalidad, sencillez, funcionalidad y equilibrio. Y estremece que no se convirtiera en realidad.

Los recursos financieros para su ejecución se obtendrían de la utilización de los terrenos del estadio Santiago Bernabéu. Sobre ellos, una operación urbanística singular, diseñada por el urbanista y promotor canadiense William Zeckendorf, autor del complejo de Naciones Unidas en Nueva York, daría lugar a la construcción de la edificación más alta de Madrid —la Torre de Plata— junto con un parque que ocuparía casi el noventa por ciento de la superficie y otras utilizaciones subterráneas del suelo, posiblemente inspiradas en la ciudad de Montreal, cuya ordenación urbanística había dirigido.

No me extenderé más en la descripción de un proyecto que frustró la cerrada oposición del Régimen, y particularmente de Arias Navarro —el director general de seguridad que ordenó la detención del gerente del Madrid por oponerse a la entrada de los equipos de TVE en el Bernabéu—, en aquel entonces alcalde de Madrid. Arias comparó la operación, literalmente, con un asesinato, al declarar, como si los planes urbanísticos no se pudieran modificar, que «no puede admitirse la construcción en zona deportiva, no por ningún criterio, sino porque está prohibido en la Ley, como está prohibido el asesinato». Aún descontando la tosquedad de su carácter, hacer pública semejante comparación daba idea de hasta qué punto la negativa estaba decidida.

En la oposición al proyecto, la propaganda del régimen franquista jugó duro para neutralizar la influencia social del Madrid. «Arriba», el periódico del Movimiento, comenzó la ofensiva mintiendo sobre el origen de la propiedad del suelo del estadio para indisponer a la opinión pública. Según el órgano falangista, los terrenos del Bernabéu fueron expropiados tras la Guerra Civil. La realidad era que el viejo Chamartín fue incautado para convertirlo en un campo de prisioneros, y que el Madrid, además de esos terrenos adquiridos en 1923, había comprado en junio de 1944 el restante suelo necesario para edificar el estadio.

La campaña se reforzó desde Barcelona usando, sin embargo, las páginas de ABC, puesto que el partido se jugaba en Madrid. Un sujeto que ascendería hasta el Consejo del Poder Judicial a propuesta de Jordi Pujol, y cuya ejecutoria delictiva como juez le llevaría a ser condenado y expulsado de la carrera años después, Luis Pascual Estevill, escribió un panfleto, usando un lenguaje sardónico, para respaldar las exageraciones de Arias Navarro y las mentiras de Arriba: «El Real Madrid es un gran club (…). Todos los españoles sabemos eso. Bien que nos lo repiten insistentemente en todos los tonos y con todas las fanfarrias posibles de acompañamiento. Aún más, el Real Madrid es el club de la imaginación, de la inventiva, de la prospectiva y de la anticipación del futuro. Debe de ser verdad. Porque acaba de sorprender a España con una innovación en el terreno del Derecho que debe traer de cabeza a todos los penalistas (…) El Real Madrid pretende (…) obtener beneficios propios a costa de perjudicar a los demás (…) El Real Madrid tenía un campo viejo, el campo de Chamartín (…) le añadieron veintisiete mil metros cuadrados que les expropiaron (…) ¿Cuánto va a costar este estadio fabuloso? Mil millones de pesetas o algo así. Como si dijéramos la renta total de la provincia de Soria durante dos meses».

Santiago Bernabéu, cuya gestión, por encima de todas sus notas, se caracterizó por una verdadera obsesión por la honestidad, tuvo que soportar que este delincuente en ciernes sugiriera que la auténtica motivación de la operación era la apropiación por los directivos del Madrid de una parte de las plusvalías urbanísticas de la venta de los terrenos del estadio. No quiso querellarse, convencido de que lo mejor para el Madrid era no encanallar la situación con los medios. Particularmente con los no oficiales, como el ABC, que eran el único territorio en el que el Madrid podría defender ante la opinión pública la racionalidad urbanística del proyecto. La densificación posterior del entorno Cuzco-Lima, sin ninguna de las soluciones para la distribución del tráfico viario que atraviesa la Castellana que contemplaba el proyecto de Zackendoorf, vendría a darle la razón en este aspecto. Claro que después de muerto.

Las gestiones de Raimundo Saporta en El Pardo, que se cierran con un: «Dígale a Saporta que no presente el proyecto, porque le van a llamar especulador»; y en La Zarzuela, que concluyen con un: «Qué puedo hacer yo, si no tengo ningún poder»; sólo consiguieron demostrar que la suerte estaba echada. Santiago Bernabéu se vio forzado a admitir la derrota frente al mismo régimen que había recalificado Les Corts ocho años antes para limpiar de deudas al declinante FC Barcelona.

Convencido de que «tenemos un proyecto respetable» y de que la mediocridad, que él representaba en «la envidia», le obligaba a abandonarlo, Bernabéu enterró con el proyecto del nuevo estadio sus expectativas de recobrar la hegemonía europea. Su compromiso personal con la idea era tal que la indignación le llevó a declarar, en contra de sus profundas convicciones: «La otra vez hice la guerra en un bando, pero si hubiera otra veríamos en qué bando estaba». A la desesperada, buscaba titulares en los periódicos. Sus declaraciones, es obvio, no fueron publicadas. A Julián García Candau, que relata dicho episodio, le confesó: «Ayer le dije al alcalde, que estuvo muy cariñoso conmigo: a ver si le ponéis a este estadio una bomba y que no queden ni rastros de él».

A pesar de todo, ya dije que no se podía aventurar cuál sería la posición de Santiago Bernabéu en relación con la cuestión del estadio ahora que muchos de los problemas que trató de resolver con la desaparición del actual han sido resueltos: Regularmente, el de su calidad, con las sucesivas ampliaciones; satisfactoriamente, el del excesivo endeudamiento del club, con la enajenación de la Ciudad Deportiva que llevó a cabo la junta de Florentino Pérez. Sin embargo, la necesidad de expansión sigue estando ahí.

Paradójicamente, si hoy seguimos jugando en el Bernabéu es a pesar de Santiago Bernabéu. Al impedir sus planes de transformación, el régimen de Franco nos castigó a seguir allí. Si Florentino Pérez es capaz de explotar esta situación como ventaja, a través de su proyecto de remodelación, aún estaríamos ante una última paradoja: el castigo sería un premio. Pero sea o no sea así, esta historia nos aporta la certeza moral de que el nombre de un estadio, del que Santiago Bernabéu deseó «que no queden ni rastros de él», nunca habría sido el dique contra el que se rompieran los sueños del mejor presidente del Madrid.


Extraordinario artículo que nos enseñaba el camino

Saludos blancos
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