Kevin, un joven de 21 años que lleva siete meses viviendo en la calle
BILBAO - Hay personas que forman parte del paisaje urbano de Bilbao. Viven día y noche con el cielo como techo y el asfalto como lecho. 141 personas duermen en las calles de la villa; ahora también se suman jóvenes bilbainos sin posibilidades y sin recursos económicos. Esta es la historia de Kevin. Todos los días se le puede ver sentado en la fría baldosa gris de la Gran vía, al lado de la tienda de Zara. A sus 21 años, su imagen no pasa desapercibida para los transeúntes que caminan por la artería principal de la villa. Se paran. Le preguntan. Se ha convertido en un fenómeno viral, por poner un símil tecnológico que dé muestra del impacto que ha causado en los bilbainos. Kevin, muy educado, no se avergüenza en desnudar las páginas de su historia y contar las razones que le llevaron hasta este rincón de la ciudad. “Tengo 21 años, soy de Bilbao y duermo en la calle con mi perrita. No cobro nada. Necesitamos ayuda. Sería de gran ayuda ropa y comida. Muchas gracias”, pide en un letrero que coloca a su lado. Su vida no ha sido fácil; un cúmulo de golpes desafortunados de los que nadie está libre han llevado al joven a la calle tras no hallar más soluciones. Pero el chico, y su única compañía Draco -su perrita-, no quieren dinero. Piden ayuda, comida y ropa para protegerse del duro invierno que comienza a asomar. “Intento llenar mi mochila con ropa que nos proteja del frío y también con algo de comida para aguantar el invierno. En la mochila llevo mi vida”, dice con tristeza.
Desde abril, Kevin ve la vida pasar sentado en su cartón. Siete meses que comienzan a hacer estragos. “Estoy cansado. Mucho. Estoy perdiendo la ilusión. Creo que la vida no tiene sentido y que ya no me vale vivirla. Si no fuera por mi perra... ella es lo único que me queda”, dice en un esfuerzo por mantenerse entero. Pero sus ojos no aguantan la dureza de sus palabras, de su historia y en su mirada queda reflejada la derrota. “Ya no aguanto más”, musita. Kevin era un chaval con una vida normal y corriente, como la de cualquier otro joven de su edad. Hasta hace poco más de dos años, el joven vivía con su madre y una hermana menor en Deusto. Todo le iba bien. Pero el destino les jugó una mala pasada a esta humilde familia. Con 19 años, su día a día comenzó a desmoronarse. Poco después perdieron la casa. La hermana de 12 años fue acogida por una familia bilbaina. “Y yo me quedé solo”, recuerda.
Así que no le quedó otro remedio que hacer sus maletas e iniciar un viaje sin rumbo. Fue pasando los primeros meses en una habitación de alquiler en Barakaldo mientras trabajaba como dependiente en una tienda de segunda mano. Pero psicológicamente estaba mal. Y la angustia derivó en una baja laboral. “No me encontraba bien, sentía que todo a mi alrededor se había roto”. Pero aún le esperaban más malas noticias: tras recibir el alta médica, Kevin fue despedido. “Me vi sin dinero, sin nadie a quien poder recurrir; porque los amigos ayudan, pero todo se acaba, y al final era un estorbo”.
En abril sin un solo euro en su cartera y sin saber a dónde ir, se sentó en la Gran Vía de Bilbao a ver pasar a la gente junto a Draco. “Si no fuese por ella... tengo poco pero lo poco que consigo lo comparto con ella”, dice. Y no son solo palabras. Los ahorros de cinco días los dedicó a vacunar a la perra que, además, sufre una hernia, “pero no tengo tanto dinero para operarla”. Decidió también desestimar el comedor social “tras robarme en un par de ocasiones” y “aunque ya he pedido ayuda en el Ayuntamiento, todavía nadie ha hecho nada por mí”.
Un buen trabajador Uno de los sueños de Kevin es poder encontrar ahora una habitación donde poder dormir tranquilo y buscar trabajo. “Soy un buen trabajador”, comienza a decir pero le cuesta continuar. “Te prometo que soy un buen trabajador, sé hacer de todo y no me importa si es duro o no. A mis 21 años ya he trabajado como soldador y también en una tienda de segunda mano”, repite una y otra vez. Porque, añade, nadie ha tenido quejas de él, pero necesita otra oportunidad. “Lo necesito de verdad”. Y es que su gran temor está a la vuelta de la esquina. “No quiero pasar el invierno en la calle”, dice mientras se abriga con una nueva chaqueta que se ha comprado con los ahorros de más de un mes.
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