La arena cubrió la ciudad, caliente, hirviendo. Era un sinfín de gránulos que como un manto adormilaban aquella metrópoli. Volaba por el cielo, rápida, rauda, sin prisa pero lo peor no era la propia arena sino lo que venía detrás. Fuego, llamas incrédulas que volaban a través del cielo, desatando lo que nadie quería ver. Ardía vorazmente arrasando todo a su paso. Hombres, mujeres y niños incinerados a toda velocidad. Muerte, destrucción, el desierto se llevaba todo a su paso. Un canto a la propia vorágine, un tornado de daños, seco, árido.
Nada vivo quedó tras aquello, nada se movió tras aquel instante, nada pudo hacer nada para preverlo y sin embargo, existía impotencia, padres que perdían la vida agarrados a sus familias, niños que corrían a lo largo de aquellas calles estrechas y que inmovilizados por las llamas quedaron como estatuas, sin vida, inertes.
Las vistas eran increíbles. Ver como el cénit de la cultura, de la vida, de la inteligencia quedaba reducido a cenizas por culpa del fuego y la propia tierra que envolvía aquel nido de avispas que ya no revolotearían nunca más. Increíble ver la fuerza de cosas tan bastas, tan básicas, tan normales. Pudiera decirse que era un triunfo de la naturaleza sobre el hombre.
Y entonces llegó el momento culmen, la Gran Torre envuelta en llamas, comenzó lentamente por la base, pero su esqueleto muerto de madera inerte era propicio para el gran espectáculo jamás previsto por su Creador. Por sus orificios escupía llamas y grandes llantos. Y pronto se vio adormilada por el humo que salía de su interior. Su belleza ya no la salvaría, un crujido y todo se vino abajo, si tuviéramos un ojo en su cúspide veríamos como se devoraba a ella misma, hacia adentro, como el mundo en el que se encontraba. Teníais que haberlo visto, como se cae el Imperio, como se cae la Vida, como se desmorona la Montaña Sagrada, como un humilde servidor pudo contemplar la Muerte de una Diosa. Era afortunado.
Y sin embargo su caída ahora ya a nadie le importa, ha pasado tanto tiempo, ya nadie se acuerda de ella, ya nadie tiene ni idea de quién es, del esfuerzo titánico que se llevó a cabo para erigirla, para hacer de ella el Centro del Mundo, para que todo orbitase y se levantase a su alrededor. No me gusta ponerme nostálgico pero Ella lo fue todo, y ahora mismo no es Nadie. Lo peor de todo, que pronto a mí también me costará acordarme de Ella, de sus Llamas que la devastaron, de la Arena que la envolvía, de su Vida y de su Muerte.