Higuaín está falto del cariño contante y sonante que los representantes de los futbolistas cuantifican en millones de euros.
El «Pipita» no se conforma con jugar en el equipo que más goles ha metido en la historia del fútbol español. Quiere que su entrenador le garantice un puesto de titular, los aficionados lo jaleen, las aficionadas le tiren, como a Jesulín, los sujetadores y los reporteros le tiendan una alfombra roja. Está falto de cariño; de ese cariño contante y sonante que los representantes cuantifican en millones de euros que reclaman a la hora de renegociar un contrato que está a varios años de su extinción. Es una táctica de probada eficacia, de acuerdo, pero también hay que ser un probado caradura para emplearla. Con lo sencillo que sería hablar un inequívoco lenguaje mercantil. La profesionalidad no es compatible con los besos al escudo.
Gonzalo Higuaín nació en Francia. Por interés profesional mantiene la nacionalidad francesa, para no ocupar plaza de extracomunitario, y por interés profesional juega para Argentina (lo que le faltaba era ser el suplente de Benzema también con los «bleus»). Por interés profesional, dejaría el equipo de su barrio para integrarse en las divisiones inferiores de River Plate y por interés profesional dejó el club porteño para venirse al Madrid. ¿Por qué no reconoce que en su interés profesional aceptará alguna de las ofertas que le han llegado o, por el contrario, forzar una mejora de su actual contrato? Pues porque los futbolistas habitan una realidad mágica y piensan que cuela su impostura de aparecer como seres tan emotivos que sólo los mueve el amor por un escudo. No hay que avergonzarse de la condición de mercenario.
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