La Colombia futbolística, antes de la aparición de Francisco “Pacho” Maturana el entrenador, era un país con una población de tamaño relativamente mediano que nunca había conseguido nada trascendente aparte de una victoria en 1946 en la Copa Centroamericana y otra en el año 1970 y una clasificación a la Copa del Mundo de 1962 en Chile. Las cosas cambiaron en los últimos años de la década de los ‘80, cuando la Federación Colombiana trajo el componente más importante de lo que iba a ser su camino a la gloria. Francisco Maturana era un ex jugador que tuvo un buen éxito deportivo siendo integrante del Atlético de Medellín, Deportes Tolima y el Atlético Bucaramanga. La primera experiencia como entrenador jefe de “Pacho” que se había retirado como jugador activo en 1983 y ejercía su profesión de dentista en Medellín, fue con Once Caldas.
Era un sistema flexible que hizo que Colombia fuese capaz de cambiar de un 4-4-2 en defensa a un 4-2-4 en ataque, con los volantes externos y los mediocampistas centrales ubicándose en el campo de juego alternando posiciones de mayor responsabilidad para en la práctica ejecutar un verdadero 4-2-2-1-1, atacando o retrocediendo con cuatro líneas coordinadas. El sistema se basaba en la posesión del balón a pesar de que a veces ello dio lugar a un traslado lento con pases demasiado retrasados y laterales.
Maturana fue el mejor ejemplo de la revolución táctica arropada en la marca zonal de ese entonces en América del Sur aplicando conceptos tales como línea alta, la presión lateral y la diagonal defensiva. Andrés Escobar, Gilardo Gómez, Luis Herrera y Luis Perea formaron una fuerte defensa en línea de cuatro. La línea defensiva trataba de moverse hacia arriba y cerca del centro del campo, contando con el excéntrico René Higuita como portero-líbero algo que rara vez se ha visto en competiciones internacionales de importancia.
Hoy y con la perspectiva que da el paso del tiempo se dice que esa fue la más extraña decisión adoptada por Maturana: tomar en serio a Higuita. Pero Maturana no era un conformista ni un torpe, tuvo y rechazó la posibilidad de jugar con porteros nacionalizados en la Selección Nacional de Colombia. Cuando directivos locales le propusieron la nacionalización de Julio César Falcioni y el utilizar a Carlos Navarro Montoya, Maturana se limitó a decir “No, ese no es nuestro fútbol.” Simplemente optó por un hombre que le interpretaba plenamente, René Higuita y lo pagó con la pelota robada por Roger Milla al portero colombiano que le costaba a Colombia la salida de la Copa del Mundo de Italia ‘90 en los Octavos de Final.
Sin embargo y a pesar de todo Maturana también dejaba como su legado innegable a Carlos Valderrama. El rubio, talentoso y legendario mediocampista de ataque era asimismo el creador de juego de ese equipo. El número 10 de Colombia siempre se retrasaba para recibir la pelota desde donde en teoría se ubicaba el volante defensivo central colombiano, una suerte de creador de juego profundo (6 falso o mentiroso) uno de los mejores en ese sistema. La acción ofensiva se iniciaba por obligación en los pies de Valderrama y se iba desarrollando a partir de ahí en una telaraña de pases como casi todos los equipos de América del Sur, una adaptación de las mejores tradiciones brasileñas, pases lentos, progresivos y al pie para luego explotar con rapidez en ofensiva una especie de versión reducida de la variante española conocida hoy por su apodo de Tiki-Taka y que la Colombia de Maturana demostraba con maestría en esos tiempos.
A que os suena???
