tassotti escribió:El nocivo papel social de Mourinho
Manuel Matamoros
Con la cima del fútbol español, el Mundial 2010 nos trajo como regalo envenenado la consagración como único pensamiento aceptable de una visión unidimensional del fútbol que desprecia la variedad de formas de concebirlo surgidas desde la aprobación de la regla clásica del fuera de juego, hace casi 150 años, y niega sus posibilidades de evolución.
De improviso, los aficionados nos vimos sumergidos en un ambiente viscoso y sofocante, una dictadura de lo políticamente correcto en la que era tildado de fanatismo resistirse a aceptar que “jugar bien” únicamente podía significar jugar al modo del F.C. Barcelona (heredado por la España campeona del mundo) aún reconociendo que el F.C. Barcelona jugara muy bien. Una perversión del lenguaje, nacida en las redacciones de Prisa y sostenida con acrítica militancia por la inmensa mayoría del resto de los medios de comunicación de masas, impedía cualquier debate al margen de los estrictos límites que imponían los nuevos significados que los creadores del discurso uniforme habían atribuido a las viejas palabras.
Toda disidencia era traición: a los principios, a entender el juego, al buen gusto, al fútbol español... El lenguaje se había corrompido hacía mucho, pero, en nuestro país, la victoria española en el Mundial fue oportunamente aprovechada por el concilio de los medios para imponer como dogma de fé los postulados que perpetuaban la hegemonía blaugrana: posesión, cantera, tikitaka, sumisión.
El pensamiento uniforme se sustenta desde siempre en esa clase de perversiones del lenguaje. Si son “libres” las instituciones que funcionan en el llamado “mundo libre” son libres las dictaduras de Franco, Salazar, Pinochet o Videla. Si “jugar bien” significa algo distinto que todas las formas de jugar que contribuyan a marcar más goles que el contrario y si “lo justo” es que gane "el que juega bien", la justicia deja de ser el resultado de la aplicación equitativa de las reglas del juego. Justa es la victoria del que "juega bien" sobre el que "no juega al fútbol". Si "el que juega bien", Dios no lo quiera, no gana, el resultado es "injusto".
Como "el que juega bien" “para ganar no precisa la ayuda de los árbitros” su victoria será por definición inobjetable hagan lo que hagan esos árbitros de los que no necesita ayuda. Cualquier reserva u objeción sobre una aplicación no equitativa de las reglas de juego estará deslegitimada de antemano, y tachada de falta de deportividad será objeto de reproche social.
Como "deportividad" significa aceptar las victorias del contrario sin analizar sus causas -en la práctica sólo las victorias de "el que juega bien"-, al damnificado por una inequitativa aplicación de las reglas sólo le cabe conformarse. No se puede procurar mayor indefensión al perjudicado. Una dictadura configurada por el pensamiento uniforme al servicio de "el que juega bien". Y sólo uno juega verdaderamente bien: el que hace el "mejor fútbol de la historia". Una hipótesis autovalidada, como en su día lo fue la del "Equipo del Régimen", a pesar de que desde sus dos primeras Ligas con la República el Madrid no ganara un campeonato hasta el de 1954, pero mucho más nociva: La función de aquella era justificar su inferioridad y la de ahora impedir que se discutiera su supremacía.
Mientras periodistas e intelectuales, codo a codo, se afanaban a diario en colocar los ladrillos y el cemento de un presidio en el que se mantienen encerrados la opinión y el criterio de la mayoría, incluso de la mayoría de madridistas, nuestro querido Madrid pastaba en las verdes praderas.
La errática gestión deportiva del Club a lo largo del último decenio -el no saber si estábamos a setas o a Rolex- se había traducido en la incapacidad de superar una sola eliminatoria de la Copa de Europa durante seis años consecutivos. Y no se demostraba voluntad de construir un discurso alternativo, de oponer nuestro propio “jugar bien”, por marginal que fuera, al dominante “jugar bien” homologado por la Academia mediática.
El Director General, Adjunto a la Presidencia y Portavoz, contratado a precio de oro y a cuya responsabilidad competía tratar de desvelar la inconsistencia lógica del discurso en que se asentaba la hegemonía del contrario, era un sumiso, un colaboracionista con la dictadura del pensamiento uniforme que participaba de su visión unidimensional del fútbol. Todavía peor, participara o no de ella, jamás habría sacrificado su impostada imagen de intelectual y el favor de los medios en aras de la negación de la manipulación mediante el ejercicio de la crítica.
En medio de tan desalentador panorama, José Mourinho, cuya incorporación a nuestras demacradas filas reconozco que me sorprendió, pues no creía que un entrenador de su talla quisiera venir a un club lastrado por semejantes hipotecas, articuló la resistencia frente a la lógica totalitaria. A costa de un desgaste de imagen excesivo, asumió personalmente las misiones cobardemente abandonadas.
Dos temporadas después, están sentadas las bases para un cambio radical de la situación. Mourinho puso en pie un equipo diseñado para un sistema de juego alternativo al homologado por la academia mediática que se demostró no sólo capaz de discutir la hegemonía del F.C. Barcelona, si no de derrotarle ampliamente alcanzando registros que superan todos los logrados en los ochenta y tantos años de Liga.
El fútbol español ha ganado con Mourinho. Para someter la hegemonía azulgrana desde una forma diferente de enfocar el juego nos devolvió la libertad de interpretar el fútbol que el pensamiento uniforme nos había arrebatado, y para reintegrar a la palabra deportividad el significado de respeto a la aplicación equitativa de las reglas del juego, del que la corrección política la había vaciado, fue imprescindible recuperar, a costa de lo que fuera menester padecer en materia de sanciones, el ejercicio de la libertad de expresión.
Un nocivo papel social, advierte Santiago Segurola.