hector gp escribió:DelBosque escribió:Si buscas sobreprecio en el diccionario aparece la foto del Bernabéu.
400 millones de euros es el timo de la estampita.
Y si buscas cuñaos en google imágenes aparece una foto de gente en la barra de un bar criticando el proyecto de la reforma del Estadio Bernabéu.
Buenas tardes, aquí tiene a un "cuñao"
¿Qué habría hecho Santiago Bernabéu?
No podemos responder con un mínimo rigor a la pregunta de qué habría decidido hacer Santiago Bernabéu en 2015 al respecto del estadio que siempre denominó Chamartín. Sabemos, eso sí, con absoluta certeza, cómo trató la cuestión del estadio hace setenta años y también treinta años después. Sabemos con qué planteamientos afrontó los problemas del club de hace cuarenta años. Pero ni la sociedad, ni el fútbol profesional, ni los problemas del Real Madrid —afortunadamente— son hoy los de entonces. Precisamente por respeto a la figura de Santiago Bernabéu, las soluciones que en su momento planteó no se pueden trasladar de forma mimética al presente.
Cuando yo era un chaval —aparte del marcador simultáneo dardo, el significado de cuyas claves de tres letras publicaba el Marca— los únicos letreros publicitarios que había en un estadio impoluto eran los de la Philips. Con los años, supe que esa publicidad exclusiva era el precio que había pagado el Madrid por aquella iluminación artificial que en unos tiempos verdaderamente oscuros transformaba nuestro estadio en un escenario sobrenatural. Pero era, sobre todo, un instrumento decisivo para facilitar la retransmisión televisiva de los partidos, que la tesorería y los recursos de apalancamiento al alcance del Madrid no alcanzaban para adquirir.
Las retransmisiones televisivas en los primeros años sesenta fueron el origen —bien modesto— de una partida de ingresos, a la que más arriba me he referido ya, que en la actualidad financia casi otro tercio del presupuesto de gastos del Madrid. La experiencia se inició con muchas contradicciones y enormes problemas. En su núcleo, la disputa por otro bocado —además de las quinielas— que el Estado pretendía dar a los recursos económicos que era capaz de generar el fútbol, de cuya futura potencia estaba seguro el Madrid, aunque no se pudiera ni sospechar su importancia actual.
La existencia de un solo canal oficial, que era además el principal instrumento de propaganda de una dictadura, otorgaba a TVE una enorme capacidad de presión política sobre el Madrid. Tanta, que en una ocasión en que el Madrid se opuso a la entrada de los equipos, el director general de seguridad —Arias Navarro, al que volveremos a citar— ordenó la detención del gerente Antonio Calderón. La consecuencia de semejante desequilibrio era que los precios que pagaba TVE ni siquiera alcanzaban a indemnizar justamente al Madrid por el aforo no vendido en los partidos televisados, dañándole particularmente la taquilla de los de la Copa de Europa —a esa altura de la década de los sesenta, a excepción del Atlético que disputó junto al Madrid la edición de 1967, el Madrid era el único equipo español que disputaba partidos de la máxima competición—.
En aquellas fechas, y lo sería cada vez más grave hasta la época de la muerte de Bernabéu, el problema estratégico determinante para el crecimiento del Madrid era el deterioro de los ingresos por taquilla. La televisión no sólo no ayudaba, sino que hacía publicidad negativa. Perjudicaba la imagen del estadio, que cada día enseñaba más cemento, introduciendo la evolución del negocio en una espiral de deterioro, al desanimar a más y más gente para acudir a pasar frío a un escenario que se percibía cada vez más gélido, incómodo y envejecido.
El aumento de la renta disponible a consecuencia del desarrollo abrió a los españoles alternativas de ocio. El seiscientos, las vacaciones, la segunda residencia, eran usos alternativos del dinero antes dedicado al fútbol. Por aquella época mi padre dejó de ir los domingos al estadio. Conservó el carnet de socio, que era al mismo tiempo la entrada de general que no usaba, pero dejó su abono de primer anfiteatro. Por aquella época también, el Madrid tuvo que abrir de nuevo la inscripción de socios que, ante la pujanza de una demanda que a mediados de la década siguiente se había extinguido, había cerrado a finales de los cincuenta. E inmediatamente se puso a proyectar medidas que permitieran resolver, con el ofrecimiento de nuevos estándares de calidad, el problema de atraer la demanda. Por aquella época, el Atlético inauguró el Manzanares, con sesenta mil plazas de asiento.
El hecho de que el saneamiento económico del club haya neutralizado los problemas que amenazaban seriamente su viabilidad al fallecimiento de nuestro mítico presidente —y no hicieron más que agravarse de forma continua durante las dos décadas posteriores— no asegura que los problemas no se vuelvan a reproducir. La burbuja del fútbol actual constituye una amenaza de caer de nuevo en una espiral de endeudamiento, cuando, de una u otra forma, los ingresos están sujetos a la elasticidad de los resultados deportivos y a la viabilidad de los negocios televisivos orientados al fútbol.
Dije más arriba que no podemos responder con un mínimo rigor a la pregunta de qué habría decidido hacer Santiago Bernabéu en 2015. Sin embargo, su singular biografía, a la que hemos hecho amplias y suficientes referencias en las entregas anteriores; la forma de afrontar los problemas de contracción de la demanda y de creación de nuevas fuentes de ingreso, más arriba apuntada; y el modo de abordar la cuestión del estadio, nos dan indicios precisos para afirmar con total seguridad qué no habría hecho:
No habría hecho dejar de mirar al frente. No habría hecho enmascarar en la sacralización del mítico pasado el no abordar los cambios necesarios para resolver los problemas del presente, negando al Madrid el futuro. No habría hecho dejar las cosas como estaban. No habría hecho, desde luego, no hacer nada. Hasta el final de su vida intentó resolver los problemas, devolviendo al Madrid la posibilidad de recuperar su hegemonía europea. Enfrentándose al poder para resolver el secuestro de los recursos que generaba el fútbol. Utilizando el patrimonio activo del club —que su dirección destacadamente había contribuido a crear— para resolver sus desequilibrios estructurales, con proyectos de crecimiento y futuro, no poniendo parches. Proyectando, incluso, dinamitar el estadio que llevaba su nombre.