Dos lados, dos frentes, dos ejércitos, dos mentes, dos luchas, dos gentes, dos motivos para ganar y ninguno por el que perder.
De un lado nosotros, los combatientes del blanco puro, símbolo de la grandeza, de la victoria, símbolo de todas las cosas por las que se debe perder la vida en la guerra. Amos de la libertad, la nobleza, la gentileza y porque no, de la verdad. Genios del talante, humildes en la victoria, respetuosos en la derrota. Gentes sin igual. Movemos cantidades ingentes de respeto, de sencillez, de inocencia y simplicidad.
Nuestros nombres, millones, nuestro color, uno solo. Ello nos caracteriza, no conocen de fronteras, no las necesitan, ¿para que? Al igual que el amor, no conocen de barreras. La única que existe para nosotros es la derrota, la acatamos cuando viene pero no nos conformamos con ella. La ambición bien entendida, el anhelo de mejora, la victoria en todas sus vertientes. Admitimos nuestros errores cuando llegan, es valor de Ley. No nos caben dudas a la hora de reconocer la valía del contrario, y si alguna vez no lo hemos hecho es porque consideramos que hay líneas infranqueables que no pasaremos, jamás.
La injusticia es la enfermedad, nuestro escudo el remedio a todos los males que derivan de ella. Nuestra opulencia reside únicamente en el carácter que podamos llegar a demostrar en la contienda. Aquel que presuma de bienes y riqueza no es más que un paria el cual nunca llegará a conocer en que consistimos, de qué barro estamos hechos. Nuestro lema es “Semper Fidelis”, al igual que los sabios y los genios, nosotros, valoramos la lealtad como parte de nuestro ser, no desfallecemos, no nos rendimos, no nos acobardamos, solo conocemos un término, bregar, trabajar y perseverar para conseguir nuestro sueño, ser los mejores.
Del otro la peor raza de seres que ha visto la faz de la tierra, los sin nombre, catalogados con nombres de otros lares. Son fáciles de reconocer, sus colores, azul y lo que ellos llaman “grana”, desgreñados, sucios, hipócritas y porque no, orcos del peor de los olores conocidos por la Humanidad, la del fracaso. Su única motivación, el intentar retardar lo inevitable, su desaparición del mapa. Como las ratas tratan de sobrevivir antes que los hombres, mujeres y niños. Para ello usan tácticas rastreras, de malos ganadores y peores perdedores. Segundones como pocos en sus tierras se han visto cosas tan desagradables como inconfesables a otros pueblos. Desde arrojar cabezas de animales muertos a los enemigos hasta intentar sumergir a sus contrincantes en un mar de agua de riego, todo ello permitido por aquellos que deben mediar, esos llamados “imparciales”.
Desaliñados y garrulos, llegan a la conclusión de superioridad moral frente a otras gentes, su soberbia solo es superada por su cobardía. A la cabeza de estas huestes, lo peor de una calaña de burgueses cortesanos. Personas sin principios que no dicen nada claro, como buenos estafadores, intentan engañar, desde niños a ancianos a través de tretas absurdas y poco útiles, sobre todo ante aquellos que podemos ver a través de los ríos de tinta que suministran lo que más admiran esos tártaros, la mentira, de ella se nutren, de ella viven y con ella entre los labios morirán. Envenenadores de mente, pagan sumas astronómicas a esclavos con el fin de ganarse el favor de las masas, al igual que Efialtes, ojalá vivan eternamente. Pero la verdad no se puede borrar, miles de litros de saliva pueden intentar verterse sobre la verdad, que ella blanca y pura sobresaldrá ante tales actos deshonestos.
Qué comience la guerra, porque yo ya estoy preparado para la batalla.
Que Odín nos guíe.
